martes, 26 de octubre de 2010

Editorial

¿El subrayado es nuestro?
(Reflexiones e intenciones a la hora de sacar una (otra más) revista de cultura)

Si por algún motivo las revistas independientes de cultura dejaran de salir todas a la vez, nadie se daría cuenta. Pero si junto con las publicaciones desaparecieran quienes las escriben, la Argentina quedaría casi despoblada. No compartimos esos argumentos, por supuesto, (no sacaríamos una publicación si coincidiéramos con esa visión apocalíptica) pero, si hay que decir la verdad,  ciertas circunstancias hacen que entendamos por qué hay quienes llegan a tan amargas conclusiones.
Todos-escriben-nadie-lee; se lo dice siempre como si esa constatación de resultados (que creemos falaz) explicara algo. Lo cierto es que la cuestión de las revistas independientes es sólo una faceta, y no la más visible, de un enredado conflicto que no va a solucionarse por medio de racionalizaciones ni en nombre de la utopía o el pesimismo.
Alguien dijo que sin la crítica literaria habría libros pero no literatura. Otro agregó que la crítica oficia como lazarillo del lector en medio de la inmensa, heterogénea, y siempre mutante oferta editorial. Con este tipo de juicios empiezan los problemas, pero aun así (o por eso mismo) debe reconocerse que esas afirmaciones hacen surgir preguntas y que éstasa su vez, encuadran a los problemas, los contextualizan.
¿La existencia de la literatura y el arte, entonces, sería mérito de la labor crítica? ¿De qué clase de crítica? ¿La académica, la de suplemento cultural o la de revista independiente?
No sería incorrecto contestar "de las tres", porque, en definitiva, se descubrirá que es así, pero lo es -nuevamente- a partir de una traumática relación de fuerzas que, analizada, hace que "de las tres" aparezca con un sentido bastante diferente del que tenía cuando no fue más que la respuesta intuitiva a una pregunta formulada a boca de jarro. En muchas ocasiones la mejor manera de eludir una pregunta difícil y/o incómoda es contestarla.
En cuanto al análisis de contexto, podría empezarse por evaluar el aporte de la crítica académica, es decir, la que vierten los docentes universitarios y la que se publica en libros "para especialistas" o en revistas "de prestigio" asimiladas al formato libresco. Los alumnos, institucionales o autodidactas, son los consumidores naturales de esta especie. ¿Al "público en general" le llega algo de lo producido por ese aparato jerarquizado?
El sentido común nos hace responder que no, que los propios alumnos -en clase o leyendo la bibliografía porque tienen un parcial- ven pasar de largo contenidos de los que apenas  retienen algo, a tal punto llegan  el rebuscamiento del vocabulario y la actitud de muchos docentes que dan todo por sabido. Con esto, los estudiantes adquieren la sensación de haber entrado con la película empezada y se creen en la obligación de sostener discusiones sobre temas que, con todo derecho, han ido a aprender.Ni hablemos de las publicaciones universitarias. Ya se trate de artículos sobre literatura, cine u otras artes, pareciera que el objetivo es plantear las cosas del modo más autosuficiente y complicado que se pueda. A pesar del culto que le consagran los derrideanos, jamás sabremos exactamente qué quiso decir Derrida en la mayoría de sus trabajos. Jacques Derrida repertorió para una minoría que a veces se reducía a su propia persona. Tal vez un público snob, posmoderno, avant la lettre, le pidiera esa oscuridad para apreciar mejor su estilo, pero los alumnos (que cursan Teoría Literaria en el primer cuatrimestre de la carrera) no tienen la culpa, ni la tienen los que tratan de formarse una cultura por sí mismos y siguen, sensatamente, las sugerencias sobre bibliografía imprescindible.
Si así son las cosas, lo académico aparecerá, de por sí, como hermético, elitista, expulsivo, sectario,  aunque luego veamos que no es del todo así.
¿Y las revistas canónicas, ésas que fueron alguna vez suplementos dominicales? ¿Y las que a fuerza de manija editorial nacieron ya famosas, con el respaldo suficiente como para manipular a los lectores/compradores?
Estamos hablando, claro, de Ñ, ADN, Radar, por un lado, y por otro de publicaciones como Diario de poesía o de la ya extinguida Punto de vista. Habría que decir, sin dudar, "ésta es la verdadera crítica-lazarillo que informa y orienta al lector vocacional". Sí, Lázaro sirve a muchos amos: varios curas, un escudero, un buldero, un alguacil; pero quienes no leyeron el libro o lo leyeron en la escuela, por obligación, recordarán más que a ninguno al primer tratado, en el que el chico sirve a un ciego. Coincidente con esa lectura reduccionista, la crítica-lazarillo existe para "guiar" a un público ciego. Lo recomendado, lo desestimado y, aun, lo ignorado se estipula a partir de acuerdos previos con los editores y sus políticas de mercado. Así, esas notas en las cuales X o Y parecen jugarse el prestigio en aras de la sinceridad, esos "rescates" de figuras "olvidadas", esos espaldarazos a quienes acaban de ganar concursos organizados por los propios medios  (convalidados por jurados que siempre son escritores consagrados), huelen a promoción, a argumentación, a oportunismo de una manera tan inequívoca que no habrá Poett ni Glade que puedan disimular el mal olor.
¿Y el ciego? Bien, gracias. Se traga todo, repite - como si fuera un descubrimiento propio -, que Roberto Bolaño fue un gran escritor, que Washington Cucurto, Fabián Casas y Guillermo Saavedra son copadísimos e ignora completamente a Jorge Barón Biza, a Jorge Rivelli y, aun , a clásicos como Daniel Moyano o Carlos Droguett, ya que el lazarillo de marras nunca lo condujo por esos lados. Es más, tal vez el ciego no sea tan ciego. Tal vez alcance ese estado apretando fuertemente los párpados, no sea cosa que le vaya a tocar decidir por sí mismo si el libro que leyó le gustó o no; esto sin mencionar que largarse por su cuenta a decidir puede llevarlo a algo que no tenga que ver con lo que  está de moda, con  lo que queda bien, con lo que te hace parecer culto y actualizado.
Según parece, este cuadro es peor que el presentado por la crítica académica, ya que, si bien se le habla al "gran público", no es sino para venderle cuentas de colores y heladeras que no funcionan.
Finalmente, nos quedan las revistas independientes. El que no tengan que responder a presiones editoriales les permite ocuparse de libros y autores demodés o nunca famosos; pueden opinar sin temor a que algún patroncito los despida y publicar a escritores en razón de su talento -si es que existe algo así- o del grado de rupturalidad que se aprecie en sus obras. Lamentablemente, estas y otras ventajas son aprovechadas en muy raras ocasiones. Lo común es ver reproducidos, de modo empobrecido y con muchísimo atraso, los argumentos y elecciones formulados por la crítica promocional, así como también es común que publiquen a escritores cuyo único mérito es formar parte del staff o ser amigo de alguno de sus miembros ).No obstante,lo malo (lo realmente malo, ya que los defectos señalados pueden provenir de la inexperiencia o la carencia de recursos materiales) es la falta total de autocrítica y la burda soberbia que lleva a cualquier imbécil a contarnos acerca de sus preferencias personales y a referirnos anécdotas que no interesarían  ni a sus madres, como si les cupiera el derecho a abusar del público como nunca lo hizo, por ejemplo, Borges (uno de los pocos autores con derecho a hablar en primera persona) para quien usar el yo era un modo de crear figuras discursivas desvinculadas del referente factual.as revistas independientes han anticipado por siglos el onanismo de fotologs, BLOGS y facebooks, con la diferencia de que ni floggers ni bloggers pretenden cambiar al mundo con sus tremebundas editoriales, repetitivas, autosuficientes y repletas de faltas ortográficas. (Bardea, jajajaja…podríamos coparnos y borrar eso último capaz).(si no se borra va junto al párrafo anterior, no constituye un párrafo en sí mismo)
Según parece, ningún tipo de crítica puede (ni quiere) hacer algo para que la cultura se expanda, se vuelva menos elitista, menos comercial y más original. Muchos lo ven así. Otros (¿más pesimistas todavía?) sufren ataques de risa cuando piensan que a un fulano cualquiera podría interesarle aproximarse a una literatura o un arte más elaborado. La gente, para ellos, está demasiado ocupada con el reggaeton, con, las puteadas que intercambian vedettes de todo tipo (¿quién no es vedette en la TV del siglo XXI?) y con la cuestión de la inseguridad, ya sea que la sufran o la provoquen. Así, piensan, ¿puede haber algo más ridículo que imaginar a "esa gente" interesada en la lectura?
En realidad lo ridículo es hacer(se) esa pregunta que, además de prejuiciosa y discriminatoria, es terriblemente ingenua ya que parece ignorar que no existe diferencia alguna entre el modus operandi con se publicita a un travesti bocón y el que sirve para vender a Fogwill o a algún escritor de verdad, quien es presentado de una manera tan caprichosa que ni él mismo se daría cuenta de que están hablando de él. Y cuando hablamos de vender no pensamos sólo en la revista Ñ, sino en las preferencias que se manejan en las facultades de Filosofía y Letras y en las revistas académicas.
"Todo es igual / nada es mejor" (Discepolín). Que Beatriz Sarlo publique en la revista Viva resulta escandaloso para la elite de la que formó parte alguna vez). Pero que un profesor de Teoría Literaria I en la UBA (no Panesi) le haya dicho a sus alumnos, sin que se le cayera ninguna parte de la cara, que El juguete rabioso era una obra salvaje, armada a partir de torpes hurtos y sólo válida por la potencia del rencor que Arlt sentía por los escritores burgueses, no lo pone en una posición de privilegio respecto de Sarlo. "Es un libro que no entrega nada", dijo el docente en cuestión. Ignoraba que estaba acuñando una frase célebre, peculiarmente irónica y naive a la vez, dado que, de haber una palabra clave en la novela, esa es "entrega", ya sea que Silvio Astier aluda con ella a la recepción de folletines o que concrete su proyecto de entregar al Rengo.
Pero no sólo en la UBA pasan estas cosas. En la carrera de Letras de cualquier universidad, en los institutos de profesorado, en las publicaciones "prestigiosas", dan por sentado que Arlt fue una versión local de King Kong, Walsh un montonero consagrado a la non fiction, Borges un autor tan genial como reaccionario e inhumano. Todo esto a pesar de que son muchos los trabajaron y siguen trabajando para deshacer esos "malentendidos" que, tan pero tan bien, venden libros.
Así, aquellos que deberían indagar en las obras mediante sus valiosas herramientas (porque las tienen, porque no son estúpidos ni sordos ante la verdad) prefieren hacer currículum a costa de aceptar sin discutir intereses editoriales ajenos y, si el público les da bola, participar desde lo suyo en un show no demasiado distinto de los que manejan Rial y Canosa.
Dos ejemplos:
- La publicación de The western cannon de Harold Bloom motivó la salida, bastante demorada, de un dossier de autores varios dentro del cual Noe Jitrik, Susana Cella y Susana Zanetti, entre otros, ponían a temblar sus peras ante la irreverencia del gordo ese que – encima - es yanquee  ¿No se daban cuenta de que le estaban haciendo el juego a Mister Bloom? Sí, claro que se daban cuenta, pero sacar la obra Dominios de la literatura. Acerca del canon (1997), era una buena excusa para engancharse en una polémica que tal vez no rindiera dividendos materiales, pero sí permitiría mantener, con buena tasa de interés, un plazo fijo de bienes simbólicos. Sólo faltó (dado que Bloom no ponía a Borges entre sus preferidos) que en la contratapa dijera "Los argentinos somos derechos y humanos", pero los autores temieron ser identificados con Videla, Massera y Agosti.
- Del 28 de Enero de 2007 al 11 de Marzo del mismo año, la revista Radar cubrió los pormenores de una lucha en el barro en la que se enfrentaron críticos universitarios y no universitarios (es ineludible llamar así a los segundos, ya que ellos mismos hacen gala de su "no-academicismo"). Todo empezó el 28/01, cuando Guillermo Saccomano, en un número dedicado a Osvaldo Soriano (no porque sí, sino porque se cumplían diez años de la muerte del escritor), acusó a Beatriz Sarlo de haber invitado alguna vez a Soriano a dar una charla en Puán, en el transcurso de la cual los alumnos se burlaron del autor "porque apenas si había terminado a los tumbos la primaria". Soriano cursó hasta tercer año del secundario, pero eso importa poco ante el hecho de que académicos (tales como Sarlo, Eduardo Romano, Sylvia Saítta) y no académicos (Saccomano, Osvaldo Bayer, María Moreno)  se rompieron el cuello a karatazos, se atacaron por la espalda, se acusaron unos a otros de estar inventando disparates y aprovecharon, cada uno, para hacerse publicidad, ya sea por el ingenio (?) puesto en atacar a sus enemigos, ya sea porque, sin que nadie se pusiese colorado, todos se ocuparon de divulgar sus propios méritos de un modo coincidente con la autoalabanza, sobre todo Bayer. Por supuesto, los lectores asistieron a un mediocre partido de ping pong (Soriano fue a la UBA, no fue, sí fue, fue pero yo no lo llevé, sí que lo llevaste, los estudiantes se le cagaron de risa, los estudiantes lo aplaudieron...) y así, hasta que ya no hubo a quien convocar, ni como polemista ni como escucha, porque el público estaba repodrido de esa intriga de conventillo. Tal vez todo haya sido preparado, tal vez no, pero seguramente nunca nos veremos en la necesidad de criticarle a Chiche Gelblung el mal gusto, la sensiblería y la falsa cólera que pasearon por esta polémica.
Tanto ese lamentable circo como la avivada relativa al "bloomsday", permiten constatar que, en situaciones especiales (oportunidades tentadoras, escándalos, batallas campales), nadie sigue siendo profesor, ni doctor, ni "no universitario" ni nada. Es la Noche de San Juan. Es la carnavalización, restados los méritos que Bajtin supo encontrarle a la polifonía.
Esta pérdida de "nivel" (siempre momentánea, siempre debida a razones extraliterarias) es signo, además, de que por lo general se es profesor, licenciado, doctor, especialista, contra o a pesar de (algo o alguien). Lo importante es ubicarse en uno de los polos y, desde ahí, alabar o denigrar, ya sea porque hay alguna ganancia en juego o para sacar de la cancha a todo aquel que ponga en riesgo las posiciones tan duramente obtenidas (o sea, obtenidas a garrotazos). También se es profesor, licenciado, etc. (no dejamos afuera, tampoco, a teóricos y técnicos) para poder hablarle desde el balcón a un público cautivo y saborear, así, el poder del modo más despótico.
La estructura de la crítica universitaria, tal como la que organiza al aparato promocional, sólo depende muy esporádicamente de las elecciones del autor o del docente. Hay siempre una bajada de línea: en ella está grabado, como en un script, qué es lo que hay que decir, qué no y cómo cubrir con buenas razones técnicas, pedagógicas y éticas los verdaderos motivos de una alabanza, de un denuesto, de un olvido."No puedo decirles lo que pienso sobre este libro, no quiero influenciarlos". contesta la profe a la pregunta "Y usted ¿qué opina?", formulada por algún alumno que sí piensa

Hasta ahora hemos observado sólo lo malo de las tres especies críticas (académicos, revistas bancadas por un medio importante, y revistas independientes) y esto en relación con ese público que, supuestamente, no lee y/o no quiere entender lo que le explican. Pero también debe reconocerse que muchos profesores y teóricos, muchos analistas y difusores de cultura (bastaría con nombrar a Jorge Panesi, a Josefina Ludmer, al fallecido Jorge B. Rivera) no le han vendido el alma al diablo y, en vez de eso, se han atrevido siempre a interpretar con fundamento, han arriesgado posiciones, han analizado a conciencia y productivamente textos fundamentales. Esta gente no necesitó chapear con credenciales intimidatorias ni sentarse como muñecos en las rodillas de algún ventrílocuo sabelotodo, generalmente alemán o francés, y siempre mal traducido. De igual modo no han discriminado, le han explicado y le han hablado a un lector inteligente, no a los miembros de ninguna elite ni a los posibles compradores de sabiduría prefabricada.
Alguien dirá que los buenos críticos son minoría y se equivocará por muy poco, pero se equivocará al fin, porque en este terreno no vale más lo cuantitativo que lo cualitativo. De todos modos, ¿es tarea sólo de los académicos volverse más accesibles y expandir la cultura? Obviamente los críticos promocionales sólo cumplirán una función positiva cuando se equivoquen o no logren encubrir bien sus falluteadas, de modo que, nuevamente, nos quedan como alternativa las revistas y sitios de red que se manejan independientemente, aunque esa independencia sea relativa y, cada tanto, haya que prenderle una vela a ciertos santos que se vuelven muy peligrosos cuando se los olvida o se los denigra.
Pero antes de volver a las revistas y de hablar específicamente de nuestras aspiraciones, aspiraciones por las cuales escribimos, digamos algo más sobre el la-gente-no-lee.
La gente lee. Alfabetizada o no, absorbida por el reggaeton o por las arenas de Varadero, lee. Y no sólo lee literatura, también lee crítica. Es más, nadie lee tanto como aquel que gambetea libros, cuadros y películas. Claro, lo que lee es esa especie de signatura inscripta en todos los objetos fetichizados por los medios. Lee como quien respira un aire espeso de consignas que ingresan a la mente sin que lo advierta el lector. No se trata entonces de que “nadie lea”, sino de que nadie reconozca o sepa que lo hace por mandato o inconscientemente.
¿Tienen, en consecuencia, los medios independientes la posibilidad de contribuir al cambio de este estado de cosas? Sí, pero con las precauciones del caso.
Alguien señalaba recientemente que las revistas no están llamadas a cumplir con una labor mesiánica, aunque algunas crean que sí y se gasten predicando en el desierto.
Según creemos, hacer una revista cultural independiente no significa más (ni menos) que arrimar a otros cosas que uno ha disfrutado leyendo o haciendo, que considera dignas de difusión y lo suficientemente fundamentadas como para compartirlas.
En nuestro caso, ya que somos docentes y alumnos de las carreras de Letras, Historia y Filosofía, y  Bellas Artes, lo que quisiéramos es poder superar las restricciones del cerco académico y aproximar a la opinión y la discusión de quien esté interesado muchas cosas que aprendimos (tanto durante nuestro paso por la Facultad como por cuenta nuestra) sobre estudio y crítica de libros, cine, comics y otros tantos aspectos artísticos. Como dijimos antes, aspiramos a no colocarnos en posiciones mesiánicas, sin que esto signifique que no podemos decir cosas nuevas o distintas sobre tal o cual cuestión.
En cuanto al patrón de selección de autores y obras por comentar, analizar e interpretar, creemos que el único criterio justificable es aquel que tome en cuenta el grado de rupturalidad de una obra, sin olvidar que muchas veces la sutura es una forma ruptural en cuanto, ignorando los prejuicios de cuatro aristogatos locos que cuidan la azulinidad de su sangre, funde textos de la "cultura culta" con otros de la cultura popular de un modo tal que el producto ya no pertenece a una ni otra especie sino a un orden diferente que puede dar lugar a nuevas pautas de acceso.
Además, quisiéramos incluir también textos creativos, cuentos, poemas, teatro, ensayos, tanto de escritores sin una trayectoria profesional reconocida como de autores que, nos parezca, valgan la pena, sin que esto implique quedar aprisionados en esa lealtad, ya comentada, a un santoral oportunista.

Pero, como ya se sabe, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, y también está en el conocimiento de todos que los pingos se ven en la cancha. Si logramos aceptar que así son las cosas, si tratamos de ser exigentes críticos de nosotros mismos y usuarios aceptables de la libertad presentativa, tal vez nos asista el derecho a no quedarnos en este primer número y poder seguir en la brecha.

Cuando un crítico interviene un texto y encuentra, en el texto mismo, párrafos que justifican su intervención, pone en cursiva lo seleccionado y aclara al pie "El subrayado es nuestro" ¿Podremos lograr que esa aclaración corresponda a hallazgos dignos de ser compartidos? Ojalá que sí. Ojalá que nunca la palabra "nuestro" deba significar NOSOTROS + ELLOS y sí, en cambio, equivalga siempre a NOSOTROS MÁS USTEDES, los lectores.
                                                                          
                                              La redacción

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