sábado, 12 de marzo de 2011

A Desalambrar… la Historia

A Desalambrar… la Historia
Por Mariana Díaz

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires.
Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.
(Rodolfo Walsh)


Estaba pensando en un tema para escribir mi primer artículo, redacción o lo que sea que fuese para Gato Blanco, y entonces me dije: “si tengo que escribir sobre Historia, ¿por qué no empezar por (des)velar qué es la Historia, por desmitificarla, por contarle al mundo qué es la Historia para un estudiante de Historia?
Sí.
Porque hay un problema con nuestra disciplina y ese problema es que, por lo general, está mal entendida. Se considera ciencia histórica a lo que en realidad, hilando fino, constituye sólo una entre las numerosas escuelas historiográficas existentes (y llegado este punto se debería aclarar qué es la historiografía; pero no, no vamos a entrar innecesariamente en esos terrenos borrascosos).
Voy a limitarme en esta suerte de ensayo a expresar, de la forma más clara y sencilla posible -a partir de la visión más idealista y romántica-, qué es la Historia para alguien que ha hecho de esta disciplina su pasión, su vocación, para quien que se niega a pensar -y a que piensen- que la Historia es recordar fechas, lugares, batallas y personajes, que es algo estático.
La Historia es algo más que eso.
La Historia – con mayúscula – es mucho más que una materia aburridísima dictada en la escuela secundaria (literalmente dictada) por alguien que leyó el último libro de su vida cuando todavía cursaba la carrera. Marc Bloch dijo: “…no es sólo una ciencia en movimiento. Es también una ciencia en pañales, como todas las que tienen por objeto el espíritu humano, este recién llegado al campo del conocimiento racional. O, para decirlo mejor, vieja bajo la forma embrionaria de relato, por mucho tiempo saturada de ficciones y por mucho tiempo atada a los acontecimientos más inmediatamente aprehensibles, sigue siendo muy joven como empresa razonada de análisis.(1) Se esfuerza por penetrar finalmente los hechos de la superficie, por rechazar, después de las seducciones de la leyenda o de la retórica, los venenos, hoy en día más peligrosos, de la rutina erudita y del empirismo disfrazado de sentido común”.(2)
No obstante, ¿por qué debería ser significativo eso para nosotros? ¿Nos dice algo? ¿Quién es Marc Bloch? Historiador francés, co-fundador de la Escuela de Annales junto a Lucien Febvre, murió fusilado por la Gestapo en 1944 en un campo de concentración nazi cerca de Lyon por haber participado de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Sus últimas palabras fueron: "Vive la France". Esto nos dice algo más acerca de la historia… la historia es acción…sino pregúntenle a Marc.
Sin embargo, quizás, y adecuándonos a los tiempos que corren, los neo-historiadores nunca lleguemos a calzarnos un MAS-36 en la cintura ni a fabricar, clandestinamente, explosivos en el patio trasero de nuestras casas… ni falta que hace (¡!). Como cualquier persona con sentido común aceptaría, hablar de acción no implica llegar a tales extremos –aunque, si la situación lo amerita o requiere, es bueno saber que hay gente que está dispuesta a hacerlo –. Lo que intento argumentar es que, desde distintas ópticas, la Historia presenta muchos más matices y aristas que la de ser, llanamente, un mero relato.
Pero si no es acción en el sentido estricto de la palabra, ¿a qué me refiero?
Jean Chesneaux, otro historiador francés -aunque es pura coincidencia-, esta vez de estrato marxista, asegura que conocer el pasado es necesario en función del porvenir puesto que, a partir de este, se puede comprender mejor la sociedad presente y, en base a ello, cambiarla. Esta idea reformula aquella antigua expresión que sostiene: “El pasado manda al presente”, ya que hay una relación activa con ese pasado en la cual se prioriza el presente oponiéndose a esa concepción decimonónica.
Ahora, para los historiadores su trabajo forma parte de la relación colectiva con el pasado tan sólo como un aspecto particular, dependiente de su contexto social y de la ideología dominante.
¿Por qué será que el común de la gente tiene esa concepción de la Historia? ¿En qué momento nuestra disciplina se convirtió en sinónimo de memorización y el historiador en un mero recopilador de datos cuadrado, rígido y chato?
Al parecer esa falsa idea está más instalada y extendida de lo que quisiéramos.
Es una pena.
No obstante, la culpa no es más que nuestra, de todos los que pertenecemos al campo de la Historia.,de los que conformamos esa especie de “elite” empeñada en hacer que la verdadera ciencia histórica permanezca ante el resto como algo indescifrable, casi críptico, de acceso limitado, como el sector V.I.P. de algunos bares caros de Palermo “algo”.
¿Y por qué? Esto nos hace más intelectuales, más interesantes, más exclusivos… esto nos hace más snobs, nos convierte en petimetres irritantes disfrazados de eruditos. Terminamos siendo una especie de “intelectualoides” detestados -parafraseando a una colega de Letras- por todos y cada uno del resto de los mortales…y de los inmortales también -y aclaro, de esto no sólo tenemos que hacernos cargo nosotros, creo que también nuestros camaradas de las distintas disciplinas de Humanidades deberían hacer sus propios maximos mea culpa-.
En torno a estas cuestiones, nuevamente Jean Chesneaux propone -y es, justamente, lo que intento postular en este artículo- hacer tabla rasa del pasado, dar a la historia y al conocimiento histórico una definición más colectiva, menos especializada y técnica, una definición en la cual dicho pasado, acaparado por los historiadores y encarnado por la versión oficial conforme a los intereses de los sectores dominantes, ya no esté en el puesto de mando dando lecciones y juzgando (tal como, inclusive, lo ejemplificaría claramente Fidel Castro mediante su famosísima frase “la Historia me absolverá”, cual tribunal de faltas). Esa “vieja historia” ha venido levantando el estandarte del intelectualismo, el objetivismo apolítico y el profesionalismo, los cuales no son más que falsas evidencias del discurso histórico.
La objetividad histórica es imposible, NO EXISTE, no importa cuánto clame el mundo por ella. La objetividad es el Ratón Pérez de la ciencia histórica. Es una fantasía, según Chesneaux, puesto que el conocimiento del pasado es un factor activo del movimiento de la sociedad con un compromiso concreto y tiene que dar como resultado una práctica social. De manera que no es neutral, puesto que penetra y se ventila en las luchas ideológico-políticas: es una zona de disputa que interviene en la lucha de clases, ya sea al servicio del conservadurismo o bien al servicio de las luchas sociales.
De esta forma la Historia puede ser, de hecho pareciera que lo ha sido, utilizada como instrumento de poder y legitimación de las clases dirigentes hegemónicas, que controlan, organizan y acomodan el pasado en función de sus intereses a fin de conservar su poder. A pesar de ello, en este aspecto, no tenemos que confundir ciencia histórica con “la tradición”. Esta última utiliza la historia para legitimar el orden establecido, y ha existido desde las primeras sociedades, incluso ha constituido una de las primeras formas de conservar el pasado y transmitirlo; pero alegar que Historia y Tradición son la misma cosa sería como decir que todos los poetas son cocottes porque Augusto le pago a Virgilio para que “le” escribiera la Eneida.(3)
Chesneaux afirma que el deseo por controlar el pasado es un fenómeno común que está presente en toda sociedad de clases. Sin embargo, el mismo es empleado y aplicado de forma diferente en función del modo de producción dominante de cada sociedad.
De la forma que yo entiendo la Historia, con mayúsculas, esta se ubica en las antípodas de lo que caracterizamos como Tradición. La Historia, lejos de ser un instrumento legitimador del poder de las clases dominantes, debe constituirse como una herramienta de lucha para los sectores subalternos en contra del poder hegemónico de turno.
Los historiadores debemos cambiar de bando, debemos cruzarnos de vereda si es que queremos dejar de ser títeres conservadores defensores del statu quo. La Historia definitivamente puede ser acción pero, para que lo sea, debemos salir de nuestros escritorios, debemos colectivizarla, debemos compartirla -no desmitificando mitos que no son mitos sino procesos simplificados y, en el trayecto, simplificándola de tal manera que vuelve a ser un mero relato, para terminar haciendo lo mismo que criticamos-, porque si no la socializamos no es más que acción en potencia que nunca llegará al escenario en el cual debería desarrollarse: el presente, en el que puede (y debe) ser agente de cambios.


(1) Esta bastardilla es mía.
(2) Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia: Fondo de Cultura económica, 2001).
(3) Poema mítico fundacional de Roma.

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