domingo, 20 de marzo de 2011

Tres retratos y un autorretrato

Tres retratos y un autorretrato
Por Edgardo González

Sarmiento

Sarmiento habla y de su ruido nacen las vocales: a, e, i, o, u. Nacen las consonantes: k, l, m, luego calla. Hay un abismo entre ese silencio de alma hacia adentro y su decir entre la voz y el hueco.
Sus labios gruesos, potentes, desafían al decir. Porque las palabras nacen antes que el lenguaje y, desde luego, lo superan. Sarmiento sabe eso y de ahí que mire, con aire sobrador, a esas vocales sueltas que no dicen -que no pueden decir- nada más que a ellas mismas.
Habrá que inventar la palabra ahí mismo donde se calla el silencio y de ese mutismo deli-rante nacerá la voz.

Mansilla

La cara de dandy la tiene pegada al alma.
Su alma recorre todos los movimientos de su cuerpo y se estampa, como un órgano más, en su propia sombra.
Mansilla ve a los indios con inocultables ojos de piel blanca. No obstante, no hay luto ni exterminio. Hay ausencia, hay rescate violento de lo propio y reverencia ignorada hacia lo aje-no.
Ahora se duerme. En sus sueños también hay indios o, mejor dicho, sólo en sus sueños hay.

Gatica

Gatica. Un grito que impone silencio. Un silencio que se grita. O, en todo caso, el sonido que busca un silencio donde hacerse aire.
Después, lo otro: una piña, una trompada, la sopa de la vieja.
La fe se hace sangre y de esa sangre se bebe, única evidencia que puede sostenerse.
Yo vivo en la no-vida de los otros. La oligarquía me capta, me encarcela, cuando quiere definirme.
"A mí se me respeta", digo y con esta boludez doy una frase luminosa, un apotegma que brilla. Bailo y cuando bailo soy hombre, no porque baile con una mujer sino porque el baile es tieso, febril, siempre masculino.
"Mano no, señor Gatica" porque la conquista de un nombre es siempre lo importante, lo irrenunciable, lo genial.
Lo humilde se embravece, se hace remolino seco y corroe la sangre. Hasta la fama, hasta el dinero, únicos soportes para un ser que nació vencido.
Y, finalmente, la muerte. El desafío de un cuerpo todavía entero que persiste al embate de un único automóvil.

Autorretrato

Estoy dando clases. Se hace un hábito la escuela, el ruido, el timbre. Los ojos se agrandan cuando escribo en el pizarrón y la tiza pinta mis pelos, súbitamente, de blanco.
Mi profesión es la de profesor, mitad por condena, mitad por salvación. Me condena el de-fecto de hablar de más, por el prejuicio de que los chicos son infinitamente estúpidos. Me salva si lo tomo con humor, una risotada en medio de la oscuridad.
Mi estado civil es la soltería. Tengo las manos grandes, expresivas y la boca enganchada como un espiral, en mi propia voz. Las piernas parecen ser una continuación de los brazos, unos apósitos que sirven para llegar más allá.

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