viernes, 18 de marzo de 2011

Annie Hall: (Casi) una historia de amor

Annie Hall : (Casi) una historia de amor (Sexo, drogas, y retórica contemporánea)
Por Bárbara Iansilevich


¿Cómo sabés que cuando te mirás en el espejo con esa sonrisa de idiota sos vos el que se ríe?
¿Nunca se te ocurrió que tal vez tu reflejo se está riendo de vos?
Es más, ¿nunca pensaste que vos sos el reflejo y el otro el que vive una vida plena en un mundo no tan distinto al nuestro?
Improvisación. Andrés Díaz

El artista no es un privilegiado de la vida, no tiene derecho a vivir sin deberes, está obligado a un trabajo pesado que a veces se convierte en su cruz. Ha de saber que cualquiera de sus actos, sentimientos o pensamientos constituyen el frágil, intocable, pero fuerte material de sus obras, y que, por lo tanto, no es libre en la vida, sino sólo en el arte.
Vassily Kandinsky

La novela moderna y el séptimo arte se encuentran entrañablemente vinculados. El debate al respecto de la fusión entre literatura y el cine subyugó a la crítica tanto a lo largo del siglo XX como durante nuestro corriente siglo.
El feedback entre la ficción fílmica y la escrita es permanente y uno de los pioneros en dejar plasmada esta reciprocidad sería Woody Allen, hace ya casi cuarenta años, más genial que nunca en sus comienzos, trabajando con su marca registrada: rompiendo la barrera que escinde lo escrito de la imagen. Allen es un vanguardista en el arte de jugar con el lenguaje y con las reglas del género cinematográfico, fusionando comedia stand up, literatura, cine y psicoanálisis y adelantándose a cualquier posible análisis posmodernista posterior.
Concentra, como un gran precursor, todos aquellos lenguajes narrativos que durante nuestra contemporaneidad confluyen sincréticamente y de manera incesante. Hace uso de técnicas y tiempos propios de la narrativa y logra plasmarlos a lo largo de sus textos fílmicos de manera clara y evidente. Interactúa con la literatura universal de modo permanente por medio de citas y múltiples referencias a grandes autores literarios puestas en boca de los personajes de sus films.
Particularmente en Annie Hall(1977), una de sus primeras producciones, el cineasta y escritor marca su estilo único, ese “estilo Woody” en el cual cine y literatura convergen, en este caso, por medio de un narrador en primera persona que tiene la posibilidad de expresar lo que realmente piensa entretanto se oculta tras la ineludible máscara de individuo social.
Nuestro protagonista, Alvy Singer (encarnado por Woody Allen mismo), transcurre su infancia en Brooklyn durante la Segunda Guerra Mundial y, desde sus primeros años de vida, se adhiere a una suerte de corriente existencialista de pensamiento. Ensimismado en su visión nihilista del mundo, escandaliza a su madre, quien intenta en vano resolver los problemas del infante llevándolo a un médico. Entre ambos, madre y doctor, intentan persuadirlo de su visión errada de la vida, en tanto que relativizan las preocupaciones de Alvy y su vacío existencial. Entretanto, el niño desprecia a sus compañeros de escuela, los considera necios y superfluos.
Acto seguido, el film se traslada a una New York snob perteneciente a la agitada década del ´70 y nos encontramos ante un Alvy ya adulto, cuarentón dueño de una verborragia única, hiperactivo, nervioso y psicoanalizado por demás. Obsesivo, malhumorado, egocéntrico, misógino, paranoico, Alvy desconfía de todo y de todos, pero bien a la manera Woody… hombre feo si los hay, pero carismáticamente neurótico como pocos que el siglo XX nos haya legado. El protagonista no disfruta, vive a mil, se lamenta permanentemente y problematiza, lúcidamente y de manera continua, todo lo que lo rodea. Divorciado dos veces, intelectual e inseguro, relativiza y subestima a su entorno y parodia la intelectualidad y el academicismo de los cuales él mismo hace gala. Sus muchas mujeres suelen ser tan tensas como él mismo e intelectuales hasta la médula, damas frígidas que reniegan del sexo y consumen excesivas dosis de Valium.
Por medio de un amigo cercano –Max-, Alvy conoce a Annie. Es en ese momento cuando se desarrolla, entre dos monstruos de la pantalla grande (Woody Allen y Diane Keaton, ambos geniales), una escena maravillosa en la que, inmediatamente luego de conocerse, se dirigen hacia el departamento de ella. Una vez en el interior, intentando disimular la tensión sexual que flota inexorable y tan clásicamente en el aire, comienzan a conversar al respecto de las fotografías de Annie; entretanto el receptor puede leer (literalmente) como trasfondo de la conversación banal lo que ellos en realidad están pensando: en el sexo, en la mirada del otro, en cualquier cosa excepto en lo relativo a la conversación que se desarrolla entre ambos.
La emblemática Annie es cantante, actriz, fotógrafa. Siempre una aficionada, jamás profesional, es una mujer que experimenta y muta de manera permanente. Y mientras Annie experimenta, Alvy se reprime. Ella es libre, vital, temeraria y descomprometida; él, un hombrecito nervioso y obsesionado con la muerte; los dos, por supuesto, se erigen como los inestables representantes perfectos de más de una generación de hombres y mujeres que, a partir de la liberación sexual, se suman a las filas de la harto conocida figura psicoanalítica del “terror al compromiso” que alimenta diariamente los consultorios freudianos. Ambos se conforman como los más perfectos histriones de todos los males que aquejan al individuo contemporáneo, el arquetipo de ser humano neurótico y falto de ideales, tan característico de fines del siglo XX y principios de nuestro siglo.
Annie conoce la verdadera literatura a través de Alvy y, romántica incurable, comienza a pretender más del mundo; sufre por su pareja tanto como por el resto de la humanidad y no puede aceptar el hecho de que el hombre que está a su lado sea completamente incapaz de disfrutar de la vida. Ya desde el núcleo mismo del texto fílmico se anuncia el inexorable final de la discordante relación amorosa.
El protagonista juega con el público e ignorando la cuarta pared rompe las reglas preestablecidas y se dirige permanentemente al receptor, mirando hacia la cámara en busca de apoyo y aprobación. Los newyorkinos, entretanto, funcionan a la manera de coro barrial de tragedia griega que emite aquellas verdades que los protagonistas no advierten o se niegan a advertir. Son aquel coro que, a lo largo de la antigüedad grecolatina, aconsejaba al protagonista heroico de la tragedia. Por otra parte, el amigo de Alvy, Max, actúa como el clásico ayudante del (anti)héroe, inexorablemente presente en toda gran épica. Max encarna el papel de un actor de teatro que vendería su alma por representar a Shakespeare pero elige, en cambio, vendérsela a los entretejes contradictorios de la industria hollywoodense y logra así que Alvy se agarre la cabeza como nunca y quede al borde del desvanecimiento.
Allen retrata a través de sus obras la cotidianeidad de la vida misma, todo aquel detalle que convierte a cada individuo en un ser único pero, a la vez, en un sartreano todos. Y por medio de esta extraordinaria captación de los perfiles psicológicos de sus protagonistas, consigue interrelacionar cada secuencia con maestría.
Hacia el final Alvy Singer escribe su primera obra catártica y convierte su drama real en una puesta en escena enmarcada dentro la puesta en escena misma mediante una sinécdoque que emula la realidad de manera casi exacta pero modificándola en lo esencial por medio de la ficción: transmutándose a él mismo de antihéroe del absurdo en ese héroe perfecto que logra aquel final feliz que sólo sucede en el teatro, casi nunca en la vida. La vida como puro teatro se convierte entonces en la marca registrada del cineasta: el cosmos se desplaza de la cruda realidad hacia la representación y la simulación de manera incesante. La literatura fagocitadora transita por sus límites y destruye lo real; todo se transforma en ficción y, entretanto, toda ficción se convierte en realidad en función del consumismo moderno que nos impregna.
Allen, un atemporal Dante Alighieri inserto en el ámbito de la posmodernidad que sublima sus desamores por medio de la ficción, nos permite observar, a lo largo de Annie Hall, el amor real, el amor actual, ya no tan rosa y perfecto sino ácido, irónico y realista: aquel en el cual ya no existen (jamás) aquellos happily ever after que sólo la ficción romántica logra encarnar a la perfección y vendernos como el tan ansiado acceso al paraíso, aquellos amores perfectos que sólo podríamos alcanzar por medio de la quimera, pero que nunca lograremos conquistar en el plano de lo terrenal. Dios del humor provocativo y absurdo, nos demuestra que las cosas no resultan siempre como queremos y nos deja, a modo de metáfora, el mensaje de que el ideal se encuentra sólo buscándole lo bello a la vivencia, sea esta cual sea, ya que es esto lo único que nos llevamos de este mundo, aquello que subyace detrás de nuestra gran comedia humana.
El odio, los celos, la envidia profesional, toda la hybris (desmesura) del sujeto confluye en la filmografía de Allen desde un fluir de la conciencia que lo convierte en ese amigo cercano que te toca el timbre y te parte la cabeza hablándote de su siempre muy problemática vida mientras fuma como empedernido y toma café compulsivamente, como cualquiera de nosotros, no como el inalcanzable dios de la pantalla grande que en realidad es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario