viernes, 18 de marzo de 2011

El incómodo arte de la recomendación

El incómodo arte de la recomendación
Por Pedro Díaz

Las últimas palabras del Coronel Walter Kurtz (Marlon Brando), luego de ser ajusticiado en un embate dionisíaco por el desquiciado Capitán Willard (Martin Sheen), pueden dispararse con el mismo registro cavernoso en el instante en el que la pregunta “¿Algún buen libro para recomendar?” aparece. Después que todos los sonidos conspiradores se articulan, el responsable, convertido para ese entonces en un Atlas cotidiano, debe cargar con la ríspida tarea de ser un preceptor circunstancial.
Históricamente, parte de la literatura ha ficcionalizado y convertido en tópico la problemática acerca de la tarea del “pedagogo literario”, (entendida la palabra a partir de una dimensión de su etimología (-ago “guía”).
En la novela de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, precisamente en el capítulo VI “Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”, la purga de libros que realizan, luego de argüir que aquellos fueron los causantes de que Don Quijote hubiera perdido el juicio, se apuntala en un claro criterio ético ( bajo el tópico “delectare et prodesse“ -deleitar y educar-, axioma determinante para distinguir la buena y mala literatura). El cura y el barbero (los personajes que representan a los Hacedores circunstanciales del canon) realizan el rescate de algunas obras. La primera que se salva de la quema es Amadís de Gaula, gracias a que el barbero la considera la mejor de su arte y por ese motivo debe sobrevivir. La segunda, Palmerín de Ingalaterra, es conservada por ser también muy buena y por la fama de ser compuesta por el discreto Rey de Portugal. Por último, la Historia del famoso caballero Tirante el blanco es salvada por ser la mejor en su estilo y además por mostrar que “…aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen.”(1) En este episodio, el criterio de selección es bastante claro: la calidad del estilo, el juicio del autor, junto con el grado de “realidad”, este último tan preciado muchas veces por el lector contemporáneo y que algunos suplementos de cultura documentan.(2)
El relato El narrador de fábulas del escritor británico Saki (seudónimo de Héctor Hugh Munro) persiste en la necesidad de conocer los apetitos del auditorio. En ese relato, un pasajero de un tren no puede evitar escuchar los estériles intentos de una tía para aplacar la necesidad de entretenimiento que sus sobrinos solicitan durante el largo viaje. Mientras tanto, los chicos se sienten desencantados por la forma trillada de comenzar las narraciones o las justificaciones débiles de la inexperta narradora. Finalmente, el soltero (como lo describe el narrador) decide sacar a la tía del mal paso y toma las riendas en el asunto: elige como modelo de su relato la historia tradicional de la chiquilla buena, pero al comenzar a describirla elige la cualidad de extraordinariamente buena, lo que suscita el esperado interés. De esta manera, el viajero, a la manera de un juglar, va adaptándose a las exigencias de los chicos y les permite que sean los que desarmen y armen la historia. El resultado es la mutación de una fábula moralista a un truculento relato de terror, desaprobado por la tía, pero recibido con fervor por los sobrinos. El cuentista ha sabido realmente satisfacer la demanda como narrador y buen “recomendador”. La pregunta “¿Algún libro para recomendarme?” (o en este caso “¿Algún relato para contarme?”) puede contestarse con la ventaja de conocer a sus antecesores fallidos.
En Las mil y una noches, la pregunta que moviliza al artículo se convierte en un imperativo categórico para Scheherazada. El sultán Shahriar, como respuesta a la traición de su primera esposa, decide sistemáticamente convertir en su mujer a alguna doncella, para luego decapitarla. Cuando llega el turno de Scheherazada, esta se sirve del artilugio de una historia para entretenerlo hasta que amanezca y con la certeza de que el sultán necesitará a su guía de lectura durante otra noche. Dentro de esta misma línea se inscribe el Libro de los ejemplos del conde Lucanor y Patronio del infante Don Juan Manuel. Los cincuenta ejemplos que estructuran la obra son precedidos por una micronarración en la que el conde pide algún consejo a Patronio sobre alguna cuestión personal y este le aconseja con la elección de alguna fábula que sirva para sanear el problema del noble señor. La función de narrador y guía estético (en el sentido cabal de la palabra aisthetikê como percepción) encuentra su norte en el fin práctico que colma las expectativas del conde.
Para no quedarnos únicamente con algunos casos de la literatura universal, en la novela policial Un crimen secundario de Marcelo Birmajer, Miguel Ángel Tognini recibe de Antonio, empleado de banco, la recomendación de la novela La máquina del tiempo de H. G. Wells. El problema es que Antonio no sabe que Tognini ya había visto la película y que prefiere quedarse con esta última.
Ejemplos más, ejemplos menos, el proceso de recomendación de algún libro implica conocer en algo la actualidad o circunstancias del lector, las expectativas de lectura y la influencia del campo intelectual (la crítica oficial, las instituciones y las editoriales), elementos que hacen que esta, en apariencia, simple pregunta tome el rango de incómoda y comprometedora.

El semiologo italiano Umberto Eco en su obra Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo plantea dos categorías de lectores (Lector Ingenuo o Lector Modelo), cuyo criterio de diferenciación se centra en la apropiación y uso de competencias que lo llevan “a una posible lectura crítica”. De esta manera, al momento de recomendar un libro es preciso contar con un diagnóstico acerca del potencial lector del potencial libro elegido.

(1) Cervantes Saavedra, M. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Editorial Sopena, Barcelona, 1923, pág. 73.
(2) En el Suplemento Ñ, la lista de “Los más vendidos” se organiza a partir de categorías “Ficción” y “No ficción”. Este criterio “johnwilkiniano” que la crítica ha instalado refleja el interés improductivo de querer diferenciar “lo fantasioso” de “lo real”. ( N del A)

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