miércoles, 16 de marzo de 2011

Galileo y las contradicciones de un señor intelectual

Galileo y las contradicciones de un señor intelectual
Por Emilia Carabajal

La vida de Galileo, la obra de teatro más famosa de Bertolt Brecht, atrajo la atención y la dedicación del autor durante casi dos décadas, en las cuales el texto fue revisado y corregido más de una vez. Desde la primera edición de 1937-1939, cuya escritura había sido iniciada durante los primeros años de exilio de Brecht en Dinamarca, hasta la versión que conocemos como definitiva, en la cual el escritor trabajaba cuando murió en 1956, las escrituras y reescrituras de Galileo atravesaron un contexto histórico agitado, marcado por el exilio del autor, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.
La obra en cuestión toma como base un personaje y un hecho históricos por demás conocidos: en el Renacimiento, el astrónomo italiano Galileo Galilei defiende la teoría de Copérnico, según la cual la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés, y consigue evidencia para sostenerla, pero ante la amenaza de la Inquisición decide retractarse. En cuanto al estilo, La vida de Galileo condice los principios del llamado teatro épico, concepto también elaborado por Brecht. Según éste, el teatro, antes que conmover a los espectadores y apelar a que éstos se sientan identificados (como plantea Aristóteles), debe incitarlos a pensar, despertar en ellos una actitud crítica. Inserto en una concepción marxista, Brecht piensa que el arte, además de entretener, debe servir para que el público tome conciencia de su realidad y se movilice para cambiarla. No es cuestión de quedarse anonadado frente a la obra, de sentirse parte de los personajes y lloriquear con ellos al punto de olvidarse de que uno está frente a una ficción. El espectador debe ser conciente de estar viendo un artificio, poder tomar distancia de él y reflexionar sobre el mismo. Además, dentro de este proyecto de teatro, los personajes no son seres movidos únicamente por cuestiones individuales, ya sea por el destino, por la voluntad o por una personalidad marcada a fuego; son también - y antes que nada - producto de un contexto social e histórico. Así es como en La vida de Galileo nos encontramos, por un lado, con aclaraciones y versos que resumen las escenas, con canciones populares y con mascaradas (todos recursos a los cuales Brecht era un adepto), como para recordarnos que estamos en una obra de teatro; por otro lado, los personajes de la obra están condicionados por su realidad histórica y su personalidad y modo de actuar son, en gran medida, producto del rol que cumplen dentro de esa realidad.
No decimos que los personajes se vean impedidos de tomar decisiones o que estén aplastados por la realidad; por el contrario, el personaje principal, Galileo, tiene como conflicto principal una decisión de carácter personal: retractarse o no ante la Inquisición. Sólo que esa decisión personal está condicionada por la sociedad y por el rol de Galileo dentro de ella. Cuál es ese rol y qué contradicciones presenta son cuestiones claves para entender la evolución del personaje y sus disyuntivas antes y después de tomada su decisión.
Galileo es un científico, un intelectual. Dedicó su vida al estudio y es reconocido mundialmente. Sin embargo, su prestigio cultural no coincide con su situación material. Desde el principio se nos presenta como un hombre apremiado por sus problemas económicos: en la primera escena lo encontramos absorto en sus especulaciones astronómicas cuando llega Andrea, el hijo de su sirvienta, para recordarle la deuda con el lechero. Este contrapunto o contradicción inicial marca el resto de la obra: el esplendor intelectual del personaje se ve obstaculizado por las circunstancias materiales. Las escenas siguientes a la recién relatada lo confirman: inmediatamente después del incidente con Andrea vemos a Galileo negociando con un futuro alumno particular tan zopenco como adinerado, al cual no querría admitir si no fuera por la necesidad monetaria, y luego regateando un aumento a un funcionario de la universidad de Padua. Queda clara, pues, la situación de Galileo: como intelectual, no vive ni de su capital ni de su fuerza material de trabajo, sino de su saber. El personaje puede enardecerse ante sus nuevos descubrimientos o entregarse incondicionalmente a la ciencia, pero el saber, además de ser su afición, es su medio de vida, la mercancía de la cual se vale para subsistir. Galileo tiene que negociar con su saber y sólo puede hacerlo con aquellos capaces de garantizarle su sustento, aunque no sean quienes más aprecien su espíritu innovador, ya sean un alumno holandés pedestre pero acaudalado o un funcionario de mente estrecha pero representante de la institución para la cual él trabaja. En este sentido, el modo en que se resuelve la situación con el alumno holandés es un ejemplo explícito: para poder aceptarlo, el estudioso deja de darle clases a Andrea, mucho más lúcido pero incapaz de pagarle.
El saber de Galileo puede existir a expensas de aliarse al poder político y económico, pero dicha alianza no es gratuita: debe proporcionarle al poder algún beneficio, ya sea en forma material (el funcionario pide a Galileo más ganancias para la universidad a cambio del aumento y éste entrega el telescopio) o simbólica (el prestigio que pretende obtener la madre del estudiante holandés por el hecho de que su hijo estudie con un científico reconocido). El problema del personaje es que no desea solamente los réditos que su alianza con el poder pueda traerle, va más allá en sus investigaciones y llega a conclusiones que incomodan a ese mismo poder. Al confirmar con sus investigaciones la teoría copernicana, está contradiciendo toda una tradición que arranca con Aristóteles y Ptolomeo y que, en ese momento, es respetada tanto por la Iglesia como por los demás círculos oficiales del saber. Siguen así las contradicciones: Galileo puede desarrollar sus investigaciones gracias al amparo económico y político del establishment de la época, pero sus investigaciones contradicen a dicho establishment.
En un principio Galileo, si bien nunca se muestra como idealista o iluso, tiene una confianza absoluta en la razón; supone que si logra demostrarles a los señores eclesiásticos que su teoría es correcta suministrando pruebas concretas éstos se retractarán en sus creencias milenarias. Para nuestro protagonista el conflicto pasa por quién tiene razón o cómo puede demostrarlo. No obstante, un diálogo con un pequeño monje que luego será su discípulo marca un punto de inflexión. El monje, de origen humilde pero aficionado a la ciencia, es el primero en dar a Galileo una argumentación más pragmática que científica contra sus innovaciones en la astronomía: sencillamente le dice que, de aceptarse la teoría copernicana, se pondrían en duda los preceptos religiosos que mantienen a las personas pobres en el trabajo y el sacrificio. Si la Tierra no es el centro del mundo, si el cielo no es como siempre se había dicho, ni Dios está en el cielo ni el hombre es el centro de la creación, si este último es un punto más entre muchos puntos insignificantes, si el ojo de la divinidad no está puesto en él, ¿qué sentido tiene aguantar estoicamente una vida de privaciones? Estas palabras despiertan a Galileo de su sueño racionalista: la cuestión no pasa por quién tiene la razón o cómo lo demuestre, pasa por qué razones son las más efectivas para sostener el orden vigente. "No se trata de planetas, sino de campesinos de la campiña", dirá Galileo. Si para mantener a los campesinos trabajando con respeto y temor el sistema ptolemaico es más eficiente que el copernicano, no importa cuán irrefutables sean las pruebas que nuestro investigador pueda presentar. "El Papa pone la Tierra en el centro del universo, para poner en el centro su silla", dirá también en estos momentos reveladores. A partir de esta escena Galileo descubre cabalmente que el saber no es sólo para el poder una mercancía para acrecentar sus ingresos o un adorno para embellecerse, es también una herramienta ideológica con la cual justificarse.
El descubrimiento anterior conlleva otro más para Galileo: si a los poderosos sus investigaciones les resultan incómodas, sí pueden ser del interés entonces para aquellos que no son los más beneficiados del sistema:
Galileo: Podría escribir en la lengua del pueblo, para muchos, en lugar de latín para pocos. Para las ideas nuevas necesitamos gente que sepa trabajar con las manos. ¿Quién, sino, desea saber cuáles son las causas de las cosas? Los que sólo ven el pan en la mesa no quieren saber cómo se amasa; esa chusma prefiere dar las gracias a Dios que al panadero. Pero los que hacen el pan comprenderán que nada se mueve si no es movido.
Galileo se da cuenta de que sus investigaciones tienen futuro sólo del lado del saber práctico, del conocimiento de los que se dedican al trabajo concreto y que verían en los avances científicos una doble posibilidad de mejorar su calidad de vida: por un lado, alivianarían su existencia y harían más ligera su labor y, por otro, tendrían una herramienta ideológica con la cual combatir el discurso del poder central. La relación de Galileo con personajes de origen popular y con un sentido pragmático está dada desde un principio por la sirvienta y su hijo, desde la ya citada escena sobre la paga del lechero, en la cual ambos funcionan como un cable a tierra para el astrónomo. A lo largo del desarrollo de la obra (y sobre todo a partir de la toma de conciencia de Galileo) esta relación con lo popular/práctico se va a ir afianzando: deja, en efecto, de escribir en latín y pasa a las lenguas vulgares y se rodea en su círculo de estudio de discípulos de origen popular (Andrea, el pequeño monje y el pulidor de lentes Federzoni).
Al descubrir Galileo que su saber se opone al establecido por cuestiones más ideológicas que científicas y que en cambio tendría acepción entre los sectores populares, no termina por ello con sus conflictos. Por una parte, a pesar de su acercamiento a personajes del pueblo y de predicar una retórica transgresora, Galileo sigue disfrutando de una existencia acomodada gracias a las alianzas (nunca gratuitas) con el poder: pueda echar, junto con sus aprendices, a su otrora discípulo holandés y ahora prometido de su hija con un discurso muy combativo; pero sus investigaciones (que provisoriamente dejaron de referirse al sistema solar) están subsidiadas por el gobierno de Florencia; puede elogiar las potencialidades del saber práctico, pero sigue siendo la señora Sarti la que le prepara la comida. A su vez, como un resabio de su ensoñación racionalista, Galileo cree que al llegar al Papado un cardenal con formación científica sus antiguas investigaciones podrán ser retomadas; así nuevamente cae en el error de hiperbolizar la importancia de las individuales y las ideas y de minimizar u obviar la de las circunstancias materiales. Finalmente, podemos encontrar una contradicción aun mayor, en la cual las otras están contenidas: puede que sus descubrimientos lo acerquen al pueblo, pero su subsistencia material e incluso su vida (la sombra de la Inquisición siempre presente como una espada de Damocles) siguen dependiendo de las clases dominantes. La decisión de retractarse o no está inserta en este contexto de contrastes: Galileo necesita de libertad para continuar el curso de sus investigaciones, pero para el mismo fin (y también por su conveniencia personal) necesita de su supervivencia y de su subsistencia material.
Finalmente, Galileo se retracta y es visto como un traidor por sus discípulos. Bajo un estricto control eclesiástico y con su salud muy deteriorada, puede seguir ejerciendo su ciencia (sin retomar sus investigaciones sobre el sistema solar). Sin embargo, se las ingenia para burlar a sus controladores (muy estrictos pero sin demasiadas luces) y escribir sus Discursos, en los cuales sienta las bases de la mecánica y nuevamente da por tierra con Aristóteles (como podemos observar, ni a Galileo ni a Brecht les gustaba mucho Aristóteles). Años después de la retractación, un nuevo encuentro entre un Galileo ya envejecido y un Andrea convertido en un hombre maduro marcará otro punto culminante en el desarrollo de la obra y del personaje. La escena, portadora del segundo discurso revelador de Galileo, funciona como un espejo del encuentro con el pequeño monje, un espejo empañado por el tiempo, la decepción y la incredulidad: un Galileo que ya no cree ni en ilusiones racionalistas ni en Papas ilustrados se enfrenta a un discípulo que ya no lo admira. Éste, que llega con ánimos de recriminación, cambia de actitud cundo Galileo le enseña los Discursos y se los encarga para que cruce con ellos la frontera. A partir de ese momento Andrea empieza a elogiar la retractación como una acción estratégica que le permitió al maestro continuar con su obra. No obstante, Galileo se encarga de desidealizarse a sí mismo y empieza entonces un mea culpa en el cual el arrepentimiento se entrecruza con una teorización sobre el rol de la ciencia:
Galileo: Pero ¿podemos negarnos a la masa y seguir siendo científicos? (…)¿Para quién estáis trabajando? Yo sostengo que el único objetivo de la Ciencia es aliviar las fatigas de la existencia humana. Si los científicos, intimados por los poderosos egoístas, se contentan con acumular la Ciencia por la Ciencia misma, se la mutilará, y vuestras nuevas máquinas significarán sólo nuevos sufrimientos. (…)Como científico, tuve una posibilidad excepcional (…). Si yo hubiera resistido, los hombres dedicados a las ciencias naturales hubieran podido desarrollar algo así como el juramento de Hipócrates de los médicos: ¡la promesa de utilizar la Ciencia únicamente en beneficio de la Humanidad!(…) Además, he llegado al convencimiento, Sarti, de que nunca estuve en peligro. Durante algunos años fui tan fuerte como la autoridad. Y entregué mi saber a los poderosos para que lo usaran, no lo usaran o abusaran de él, según conviniera mejor a sus fines.
En este parlamento, durante el cual la obra corre el mayor riesgo de acercarse a la llana bajada de línea (riesgo que, a mi criterio, Brecht sortea muy bien), Galileo culmina un recorrido de toma de conciencia, de posicionamiento social. Lejos quedó la esperanza de convencer a los señores eclesiásticos sólo mediante argumentos racionales; Galileo tiene pleno conocimiento de que la ciencia es ideológica, de que no puede ser neutral, de que, en términos marxistas, está inserta en la lucha de clases. Tiene también pleno conocimiento de que dentro de esa lucha él eligió la opción más cómoda. Sin embargo, (y esto es por lo cual creo que la obra no cae en una llana bajada de línea) incluso en estos categóricos parlamentos finales las contradicciones reaparecen.
Terminada la conversación a solas, Andrea dice al anciano las siguientes palabras en clave: "Con respecto a su juicio sobre el autor de que hablábamos, no sé qué responderle. Pero no puedo imaginar que su análisis destructor sea la última palabra". La duda se vuelve a instalar. Incluso admitiendo que la motivación de Galileo para retractarse fue personal, ¿eso quita que haya tenido consecuencias materiales que excedieran lo individual, con la elaboración de los? ¿En el contexto de la lucha social, la alianza con el poder no tiene un carácter estratégico e incluso necesario? No obstante, ¿cómo deslindar en esas alianzas la conveniencia personal? ¿Galileo, subyugado por la culpa de haber actuado por su propio bienestar, no vuelve a cometer, como otrora lo había hecho, un error de lectura de las condiciones históricas y se da demasiada importancia personal, al creer que su resistencia habría tenido tantas repercusiones?
La vida de Galileo responde a los preceptos teóricos del teatro épico mediante todos los recursos mencionados al principio, pero considero que los motivos principales por los cuales logra el distanciamiento y la reflexión son la presencia de las contradicciones o disyuntivas que rastreamos a lo largo de la obra y la elección de dejarlas abiertas. Podría acusarse de comodidad a Brecht por esta última elección, o a la autora de este artículo por interpretarlo de este modo. No obstante, creo que la apertura de las disyuntivas justamente evita la comodidad del simplismo y da al lector/espectador un papel activo. Un Galileo bastardeado, mostrado de lleno como un traidor por no haberse puesto del lado del pueblo, habría sido una elección mucho más acomodaticia ideológicamente y mucho menos lograda desde lo artístico. Además, y sobre todo, la falta de cierre de las contradicciones se resignifica a la luz de la actualidad de las mismas: el posicionamiento del intelectual en la lucha de clases, los condicionamientos materiales de su labor, el delgado límite entre la alianza estratégica y el servilismo por conveniencia personal, son cuestiones que, más allá del hombre renacentista, atañen al hombre contemporáneo. Brecht más de una vez las habrá pensado en el contexto agitado que le tocó vivir, al igual que pudieron y pueden ser pensadas por sus lectores/espectadores, tanto sus coetáneos como los actuales. La presentación de conflictos vigentes como los aquí tratados es una invitación efectiva a la reflexión sobre el mundo circundante y (pongámonos utópicos) a su transformación y superación dialéctica.

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