lunes, 14 de marzo de 2011

Las construcciones del mito en la posmodernidad

Las construcciones del mito en la posmodernidad. Marilyn Monroe: de sex symbol a heroína literaria
por Bárbara Iansilevich


El sueño imposible de ser
No de parecer sino de ser
Consciente en cada momento. Vigilante.
Al mismo tiempo el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada.
Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.

Nadie pregunta si es real o irreal, si eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí.

Fragmento de la película Persona, del director Ingmar Bergman)


“Persona” proviene del vocablo latino persona, que se refería a la máscara utilizada por el personaje teatral. El latín lo toma del etrusco phersu, y éste del griego prósopon, que también significa máscara. A su vez, el vocablo máscara alude al teatro. La finalidad de las máscara en el teatro griego era la de ocultar la propia apariencia, de modo que un actor pudiese representar múltiples personajes sólo mediante cambios de la misma. Los estoicos tardíos aplican el término al ser humano, individuo arrastrado por el destino.
Desde una perspectiva clásica occidental, detrás de estas numerosas máscaras debería subyacer un rostro, correspondería que existiera una identidad anterior. El discurso posmoderno, en cambio, sostiene la existencia de múltiples e infinitas máscaras. Detrás de las máscaras hay otras máscaras. No existe interioridad. La multiplicidad misma hace que ninguna de estas máscaras pueda ser considerada como una máscara única y absoluta. La posmodernidad discrepa asimismo de la identidad de los géneros: afirma que estos son construcciones sociales y culturales. Así como estos son construcciones, también lo es aquel discurso que, aún hoy, enmascara y convierte en modelo a las figuras míticas y massmediáticas contemporáneas.
Por máscara entendemos, por lo tanto, una cara artificial que recubre el rostro del portador. Según Titus Burckhardt en Símbolos, cada clase diferente de máscara revela una cierta tendencia del alma. El individuo utiliza numerosas máscaras que confieren sentido a sus apropiaciones del mundo y a través de dichas máscaras hace resonar sus múltiples voces.
Marilyn Monroe, apropiada masivamente como punto cumbre de la femineidad, la transgresión y la seducción, en oposición a aquel modelo de mujer-ama-de-casa-abnegada y políticamente correcta impuesto por la cultura burguesa de posguerra, representaría la encarnación de una de estas numerosas máscaras. Nacida en Los Ángeles en 1926 y fallecida en 1962 a los 36 años de edad, fue, y es aún hoy, modelo fundamental de la contemporaneidad, uno de los mitos más grandes del séptimo arte y el máximo sex-symbol del siglo XX. Explotada por la industria y transmutada en imagen vacía, fue una de las máscaras surgidas en respuesta al arquetipo que, durante aquella mitad del siglo, la cultura de masas reclamaba: casi absurdamente perfecta, rubia platinada, diosa sensual e inalcanzable de cuerpo esbelto y voz suave, que llegó a la cumbre en La comezón del séptimo año con aquella escena fingidamente ingenua que la inmortaliza vestida de blanco y que, más tarde, se convirtió en inolvidable mediante su célebre happy birthday Mr President.
Hoy el sexo impregna todos los órdenes de lo social y casi la totalidad de los medios. El sexo vende. Prolifera gracias a aquella simulación ya impuesta por Marilyn Monroe durante los años cincuenta, que rompe con los tabúes abriendo el camino a un erotismo vacío de significado. El rechazo a las categorías feminidad y masculinidad, forjado a partir de la liberación sexual (representante en su momento de un modelo trasgresor a las jerarquías instituidas), mutó paulatinamente en un erotismo disgregado e impreciso, posiblemente por superabundancia y hartazgo. Las antiguas dualidades se desvanecieron y terminaron así con los estigmas tan propios de los problemas de género. Entretanto, esta representativa figura se conformó como uno de los símbolos más acabados de mujer-objeto, arquetipo de escasez intelectual y belleza física como única aptitud.
La cultura occidental necesita (y busca) héroes y mitos. Roland Barthes sostiene en Mitologías que nuestra sociedad burguesa contemporánea es un campo privilegiado para las situaciones míticas, ya que los mitos definen ideologías. Este personaje creado por el poder mercantilista de Hollywood se configura, claramente, en paradigma de aquella mujer que, a lo largo del siglo XX, fue bisagra entre un antes y un después de la liberación sexual que cambió radicalmente las concepciones culturales y sociales. Marilyn concilia, además, dos códigos, el literario y el fílmico.
¿Por qué se construye, a partir de este fenómeno de culto, el personaje literario?
Mientras la cultura occidental convierte a Marilyn Monroe en símbolo de una era – durante su breve vida y, mucho más aún, luego de su muerte – la literatura la reelabora como mítica heroína de numerosas ficciones.
En vida supo despertar envidias femeninas tanto como deseos masculinos e incansables rumores de la prensa. Su muerte dio origen a numerosos enigmas literarios. Su imagen icónica y su aura han sido inevitablemente seductoras para los escritores. Marilyn representa el objeto de deseo inalcanzable situado en su pedestal divino. Sus hazañas, fabulosas o reales, su biografía desdichada, su final trágico, sus aventuras matrimoniales y extramaritales y sus grandes amores fueron largamente relatados a lo largo de múltiples y diversos textos: biografías, poemas líricos, novelas e historias policiales. Una extensa pléyade de ensayistas, psicólogos, artistas plásticos, músicos, poetas y escritores la convertirían en aquella heroína trágica que, aún hoy, sigue fascinando al receptor.
Es imposible de ignorar la figura de Marilyn Monroe como ícono de nuestro aún tan cercano siglo XX, ya que continúa suscitando, a casi cincuenta años de la fecha de su muerte, un interés comparable al de cualquier otro mito de la modernidad. La totalidad de leyendas que giran en torno a este personaje nos deja meditando al respecto de cuál será el porqué de que determinadas resonancias del pasado aún actúen sobre nuestro siglo con inusuales ecos. Resonancias que se insertan en el ámbito de una cultura cuyas definiciones de identidad resultan extremadamente dinámicas, veloces y versátiles.
Ante la imposibilidad de abarcar tan extenso cosmos literario se eligió, para retratar el ya mítico perfil de la actriz, un relato del autor norteamericano Truman Capote titulado “Una hermosa niña”, perteneciente a Música para camaleones. En él, el escritor construye el mito a partir de una imagen diferente, desarmando la leyenda erigida en torno a la figura y recreando una nueva ficción a partir de la ficción misma.
Marilyn agoniza asfixiada en la banalización que le fue impuesta, sumergida en un mundo de apariencias. Y con su muerte muere el deseo. No nos queda de ella más que una anacronía irreal y vacía de sentido, una superficie carente de profundidad a la que el escritor devuelve su rol de mujer en sí misma, de mujer detrás del mito.
Las imágenes del relato se corresponden con la problemática que gira en torno a la sexualidad en su época.
Han escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas brujas me odian. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele.
Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda.
Truman Capote desmantela la máscara mediática, creando en su lugar una segunda ficción con matices de realismo que permite que las restantes mujeres puedan identificarse con esta nueva imagen y generando, de esta manera, una nueva mirada sobre una cuestión estigmatizada. Nos demuestra que detrás de las deidades contemporáneas subyacen realidades cotidianas y banales.
El recuerdo evocado por el autor a lo largo del relato construye un nuevo mito que pretende revelar que la actriz logró disimular, tras sus numerosas máscaras públicas, un temperamento alejado de aquella imagen superficial e insustancial que le fue atribuida por la prensa. Capote restablece el personaje desde otra perspectiva: nos permite percibir, ficción mediante, el manto de autenticidad que se oculta debajo del símbolo.
Con la ciudad de Nueva York como paisaje disparador, el narrador evoca el transcurso de un día compartido con Marilyn Monroe, que comienza en el velorio de la actriz inglesa Constance Collier, durante el mes de abril de 1955. El diálogo es la forma bajo la cual se desarrolla el texto, el cual no oculta en ningún momento sus pretensiones autobiográficas. El nombre del protagonista del relato coincide con el del autor material y es justamente esa la focalización que le permite al escritor abordar desde su propia mirada al personaje y se le otorga de esa manera un ritmo particular e íntimo a la narración.
Si bien Marilyn adopta un comportamiento que se ajusta a los requerimientos de su imagen pública, Truman Capote elige desmitificar a la diva descubriéndonos una mujer que se presenta en público con las raíces del cabello sin teñir, desmaquillada, sin ropa sugerente, entristecida y completamente despojada de todo glamour. La ilusión en el espejo ha desaparecido. En la imagen femenina del relato sólo encontraremos soledad y una veta de realismo que deshace el artificio.
Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme... Es el pelo. Necesito tintura, y no tuve tiempo.
(Lo que se había puesto habría sido apropiado para la abadesa de un convento. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo negro y un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado…).
Nos encontramos ante una mujer como tantas, obligada a enfrentarse a los miedos y situaciones cotidianos de cualquier otra.
El autor le devuelve la voz a Marilyn desarticulando el personaje público y mediático, resquebrajándolo y construyéndolo nuevamente como una oposición absoluta a la figura ya harto conocida por los espectadores y crea de esta manera una nueva Monroe.El mito sigue vivo en Una hermosa niña, pero se oculta tras una máscara de simpleza y cotidianeidad casi imposibles de relacionar con la ilusoria figura de sensualidad que la actriz encarna.
Capote prima a lo largo del discurso poético la piedad, el erotismo, el juego y la alegría. El texto nos presenta una carga de ingenuidad casi infantil de parte de la protagonista.
Tiene algo, es una hermosa criatura. (…) No es una actriz en el sentido tradicional. Lo que ella tiene es esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante que nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo, sólo la cámara puede congelar su poesía.
Marilyn, personaje ambivalente y protagónico del relato, se escinde en el recuerdo del narrador en dos personalidades: la máscara habitual de rubia sensual y la otra Marilyn, desenmascarada por medio de la ficción, agotada por la eterna puesta en escena que la rodea, negadora de su éxito y pura inocencia.
Ella rió con esa sonrisa tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima.

[…]Marilyn no cesaba de quitarse los anteojos para enjuagarse las lágrimas (...) Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes. Con el cabello oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen recién admitida en un orfanato...
Desde la visión del narrador Monroe es una mujer que, aún siendo ya adulta, nunca pierde su capacidad de maravillarse. Su inocencia y su deleite al respecto del mundo que la rodea son evidentes a lo largo del relato.
El escritor consigue integrar los dos mundos, el público y el privado. Los reconcilia construyendo a la actriz desde una nueva mirada, como un espíritu femenino que se extiende más allá de un exterior deslumbrante.
Capote comete el crimen perfecto por medio de la literatura: cierra toda posibilidad de imaginación. Ya no es viable ninguna posibilidad, porque a lo largo del relato todas las posibilidades se nos presentan simultáneamente, los caminos se bifurcan y nos dejan oscilando al respecto de la elección, y este vaivén neutraliza toda decisión. La posibilidad sobreabundante anula la capacidad de desear algo específico. En Marilyn, como en tantos otros artistas, la muerte temprana abre el camino hacia un universo de leyendas y posibilidades con el que Capote, mediante una máscara realista, arrasa.
Hacia el final del relato Marilyn se dirige al muelle en búsqueda de la contemplación del agua y de un ámbito que la remonta “a otros mundos”, que la remite al placer y al descanso, ya que sólo allí logra huir de la constante mirada ajena. El autor concluye utilizando el mismo enunciado con el que titula el relato. Esto genera un cuerpo textual circular que reafirma y refuerza lo expresado en el título.
…si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta?

[…]Diría que eres una hermosa niña.
Las presiones sociales del mundo de hoy son otras muy diferentes a las de hace sesenta años. Aquel clásico parámetro de mujer ideal, pura, perfecta, hacendosa y hogareña se desvaneció poco a poco y nuestro mundo contemporáneo tolera la libertad sexual, la diferencia y la diversidad e, inclusive, las celebra. La posmodernidad se deja cautivar por un eclecticismo que parece ser la característica fundamental de nuestra actualidad. No obstante, a pesar de que el feminismo la seguiría condenando, hoy habríamos adorado a Marilyn Monroe de todas maneras.
La pregunta que inevitablemente surge es: ¿hubiera sido distinta su vida en nuestro siglo XXI?
Posiblemente sí.
También lo habría sido su final.

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