martes, 15 de marzo de 2011

A través del vidrio: los Glass y una obra de Salinger

A través del vidrio: los Glass y una obra de Salinger
por Cecilia Fara

Al bosquejar una biografía de Jerome David Salinger no pueden obviarse dos hechos: primero, el momento en que publicó obras del calibre de The catcher in the rye, Nine stories o Franny & Zooey, todas ellas considerablemente aplaudidas por el público; en segundo lugar, el momento en que, llegado ese aplauso, Salinger decidió no publicar nunca más, alejarse de la prensa y, básicamente, convertirse en un ermitaño. De manera paradójica, esa decisión tuvo tal impacto que logró, efectivamente, que sus libros fueran dejados de lado, pero sólo para que en su lugar se colocaran cartas privadas, fotos tomadas de prepo y cualquier otro detalle íntimo y personal del escritor.
Luego de unos cuarenta y cuatro años de silencio (cerró sus puertas en 1965), podemos aventurar que lo de Salinger definitivamente no fue una movida publicitaria: realmente detestaba al público. Algo bastante reconfortante para sus lectores, desde que el universo salingeriano – un Nueva York sesentoso poblado de jóvenes prodigio como los Glass o como Holden Caulfield – se tambalearía si su creador nos sonriera desde la tapa de una revista o participara de Bailando con las estrellas.
The catcher in the rye tuvo un éxito indiscutible que, en el criterio de cierta mirada miope de la crítica, se basó sólo en una oportuna apelación al carácter y los problemas típicos de un adolescente con quien los lectores se identificaron. El lenguaje del narrador, novedosamente suelto y verosímil, detrás del cual se adivina el trabajo y el nivel de detalle del autor, su argumento original, los personajes bien construidos y coherentes son algunos de los elementos de esta novela interesantes y pasibles (o, mejor dicho, merecedores) de un detenido análisis. Pero, con suerte, esos elementos sólo fueron nombrados al pasar, como una pequeña hazaña lograda casi por casualidad.
Lo más triste es que esa fue la obra ante la cual la crítica se mostró más coherente y generosa. Los últimos trabajos de Salinger fueron vapuleados por presentar personajes poco creíbles, por ser muy intimistas y largos, por dedicarse en exceso a temas místicos. Todas características que, de tenerlas, de ser tan marcadas, alejarían indefectiblemente a los lectores. Sin embargo, se han convertido para unos cuantos en libros de culto. Esa circunstancia fue ignorada y, con el tiempo, se ignoraron directamente los textos mismos de Salinger en general. Unos pocos se dedicaron a Salinger como persona, escribiendo biografías que el autor nunca aprobó. Entre ellos está Ian Hamilton, un hombre enojado. Escribió una crónica contando cómo había logrado componer el mejor libro de la historia y no pudo publicarlo por culpa de Salinger, un señor muy, muy malo que ni siquiera escribe bien y que en realidad sólo buscaba llamar la atención. Según parece, el secreto del perfecto libro del cual el mundo quedó tristemente privado era la suma de unos cuantos testimonios comprados a parientes traicioneros y algunos papeles encontrados en la basura de la casa del escritor. Una gran pérdida.

Frente a este panorama, parece que lo que hace falta, a la hora de tratar el tema Salinger, es abordar sus textos y no su vida. Probablemente es eso lo que corresponde frente a cualquier escritor, pero especialmente importante sería hacerlo con él en particular. Dado que tenemos límites espaciales (y presumiblemente los lectores los tienen temporales) elegimos una sola obra e intentamos realizar con ella algunas maniobras a modo de ejemplo de lo que creemos es más respetuoso hacer, para el autor y especialmente para su obra, a la hora de tratarlos críticamente. Intentaremos concentrarnos entonces en una novela corta, una de las últimas publicadas, la no muy comentada Raise high the roof beam, carpenters (editada en español como Levantad, carpinteros, las vigas del tejado).

* * * *

Buddy Glass consigue licencia en el ejército por dos días para ir a ver a su hermano Seymour contraer matrimonio con una mujer a quien no conoce. Debe ir, además, como único representante de la familia en su totalidad (una muy grande: dos padres y seis hermanos, sin contar al casadero) porque los otros no tienen forma de llegar. Queda así solo entre familiares y amigos de la novia, todos a la espera de la llegada del novio. El novio no llega. La gente se enoja. La novia se marcha destruida.
Buddy, narrador-protagonista de la historia, disimulando su parentesco con el ausente, se dirige junto al resto de los invitados hacia la casa de Muriel, la novia en cuestión. Sube a un auto que comparte con la enfurecida Dama de Honor y su esposo, con la infantil señora Silsburn y con un tío abuelo sordomudo de galera y cigarro apagado en la comisura de su boca sonriente. Los comentarios son ácidos hacia Seymour y su familia. Nadie parece entender el chisme que la Dama de Honor repite indignada: el novio había querido posponer la boda el día anterior porque estaba "demasiado feliz como para casarse". La comitiva va lento por las calles congestionadas. Buddy no puede contenerse más frente a los insultos que la Dama de Honor propina a su hermano y termina revelando su verdadera identidad. Un desfile los frena, demorando su llegada y acalorándolos más aún en las discusiones (y en lo estrictamente fisiológico).
Buddy les ofrece entonces parar en un departamento que compartía antes con Seymour, para que puedan telefonear a la casa de Muriel y refrescarse un poco. Sus acompañantes aceptan y, una vez allí, siguen discutiendo (salvo el pequeño señor sordomudo, que entró en extraña y silenciosa comunión con nuestro narrador). Buddy se embriaga, lee diarios viejos y no tan viejos de su hermano y mientras la Dama de Honor habla largo y tendido con la madre de la novia; los invitados interrogan, cholulos, al anfitrión sobre su infancia y la de sus hermanos en el mundo del espectáculo. Al colgar, la Dama de Honor les comunica que, finalmente, Seymour se fugó con Muriel y todo acabó "bien", aunque a Buddy -y al lector- la situación parece dejarle un amargo resabio, que se basa especialmente en la aclaración que el narrador nos hace antes de contar la historia: Seymour termina suicidándose en su luna de miel.

Ese es el argumento, a grandes rasgos. Ahora, intentemos un análisis. El título llama bastante la atención: Levantad, carpinteros, las vigas del tejado. La frase es una cita de Sappho, una poetisa griega del 600 AC. El fragmento completo traducido – no del griego antiguo, sino del inglés de la nouvelle de Salinger –, sería más o menos el siguiente: "levanten, carpinteros, las vigas del tejado. Como Ares viene el novio, más alto que un hombre alto". La hermana de Seymour, Boo Boo, escribe esto con jabón en el espejo del baño del departamento que los Glass comparten en Nueva York, a manera de tarjeta de buenos deseos. El contexto original de la frase es muy difícil de conocer porque se han perdido casi todos los poemas de Sappho y sólo quedaron fragmentos. Mayormente estaban consagrados a la diosa Afrodita y muchos son epitalamios, es decir, poemas dedicados a bodas. No obstante, no nos adentraremos en terrenos tan inciertos como pedazos de poemas de hace milenios. Mejor, leamos el verso desde el texto de Salinger. Ese solo fragmento (que es una cita) contiene en sí la clave de una gran parte de la obra de nuestro autor.

Más alto que un hombre alto. Seymour Glass es descrito siempre como un hombre muy alto. En Seymour una introducción, hay un apartado entero dedicado a su altura. Con ella, su personalidad aniñada contrasta fuertemente. Sin embargo, estas características se complementan con una tercera, quizás más importante aún: la sabiduría.
En la cultura occidental al menos, edad y conocimiento han estado siempre relacionados: un hombre mayor es un hombre sabio, al punto de que presbicia y canas son símbolos casi inequívocos de erudición. Salinger nos plantea una inversión en los términos de la ecuación; como James Berrie dijo una vez, "no soy lo suficientemente joven como para saber todo". Asociar la juventud al conocimiento está relacionado con una concepción extendida en otras culturas, en especial en la oriental: el vacío total, la pureza como medio para llegar a la sabiduría absoluta. El doctor Suzuki, un estudioso del Budismo y el Zen citado en Franny & Zooey, otro texto de Salinger, afirma que llegar al satori (la iluminación, el conocimiento absoluto) "es estar con Dios antes de que hubiese dicho «Hágase la luz»". En "Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación", San Juan de la Cruz, allá por el siglo XVI, se presenta la misma asociación:
5. Cuanto más alto se sube,/ tanto menos se entendía,/ que es la tenebrosa nube/ que a la noche esclarecía:/ por eso quien la sabía/ queda siempre no sabiendo,/ toda ciencia trascendiendo.
J. D. Salinger utiliza esta idea en numerosas oportunidades a lo largo de su obra: en el texto que tratamos está presente ya desde la anécdota introductoria, en la cual se cita un cuento taoísta. La historia es, básicamente, la siguiente: un buscador de caballos es tan, tan bueno en su tarea que no sabe distinguir ni el género ni el color del caballo: gracias a eso reconoce a golpe de vista al mejor y más rápido de los equinos. Buddy-narrador termina la anécdota analogando a su hermano Seymour con ese buscador de caballos y diciendo que le es imposible encontrar quien llene esa posición después de su muerte.
El mayor de los Glass, nunca directamente enfocado, sino siempre visto a través de los ojos y la pluma de Buddy, va cobrando la imagen de un santo a medida que leemos más textos sobre él. Un hombre demasiado sabio como para sobrevivir en esa sociedad que se parece demasiado a la Dama de Honor de la boda y muy poco a él y a sus hermanos.

Sin embargo, la anécdota no es que Seymour y el resto de los Glass sean todos genios precoces. Lo importante es que todas las obras dedicadas a ellos (explícitamente, los cuentos "Un día perfecto para el pez banana", "El tío Wiggly en Connecticut", "En el bote", las nouvelles Franny & Zooey, Levantad carpinteros..., Seymour una introducción y una novela que se mantiene inédita en español) están escritas (además de narradas) siempre por uno de ellos: Buddy Glass.El vidrio a través del que leemos estas historias es uno ahumado, un poco rayado y esa es, especialmente, la gracia. No importa tanto el acontecimiento, sino cómo está contado, cómo este hombre está leyendo y escribiendo la vida de sus hermanos, en especial la de Seymour.
Buddy se rehúsa en principio a explicar la tal vez más fundamentada acusación de locura que le hace la Dama de Honor a su hermano. En un "accidente", en su infancia, Seymour había apedreado a una amiguita. Ya borracho Buddy cuenta, como personaje, que el motivo por el cual su hermano arrojó esa piedra fue porque la chica estaba muy linda acariciando a un gatito. Y que todos lo habían entendido y nadie se había quejado, ni siquiera la víctima del piedrazo, de nueve puntos y de una cicatriz en su rostro para el resto de su vida.¿A quién le cuenta esto Buddy? Al señor sordomudo, quien, como él mismo señala, no lo contradice. No obstante, nos declara en seguida a los lectores, como narrador, que en realidad mintió y que Charlotte, la chica en cuestión, nunca había entendido.
Esta maniobra de Salinger, el escribir desde otro escritor, es la que nos brinda un abanico de posibilidades interpretativas que van más allá de este texto en concreto.

En resumen, además de aparecer en Levantad carpinteros... los diálogos excéntricos, el exacto perfilado de personajes, las situaciones-límite (méritos habitualmente reconocidos al autor) se evidencia más que nunca un rasgo poco señalado de su obra. Esto es, la alusión a un personaje ausente, Seymour, a cargo del personaje-escritor, Buddy, quien no puede dejar de involucrarse en el enigma que siempre ha sido para él su hermano mayor. La subjetividad de Buddy, debida tanto a razones afectivas como a la curiosidad intelectual, hace que se trate de algo más que una evocación nostálgica: amén del peculiar retrato que va armando del escurridizo Seymour, lo suyo es una reflexión sobre su propia escritura. Tratando de encontrar palabras para definir lo indefinible, Buddy crea una variante ensayística dentro de un texto que, sin embargo, nunca deja de ser narrativo ni adscribe al modo vanguardista de la autorreflexividad absoluta. En Seymour una introducción, que comparte el libro con Levantad carpinteros..., lo ensayístico ocupa, directamente, un espacio central, pero lo narrativo no desaparece. Lo que Buddy va tratando de desentrañar respecto de la personalidad de Seymour y lo personal que pone en juego para ese trabajo casi arqueológico sigue aludiendo a la consolidación de una historia que el lector no deja de armar en su lectura, aunque todo gire en torno a un gran signo de interrogación.
Que sepamos, la crítica nunca hizo mención destacada de ello; pero esta compenetración del personaje puesto a descifrar los porqués de la ausencia de otro personaje, se verifica también en The catcher in the rye. Holden Caulfield no nos habla mucho de su hermano menor Allie, muerto de leucemia, pero cada una de sus acciones tiene que ver con la búsqueda de una manera de cambiar el pasado o por lo menos de explicar los interrogantes que quedaron en pie a partir de la ausencia.
Podríamos buscar más ejemplos en los Nueve cuentos pero con lo dicho hasta aquí tal vez baste para señalar, como enorme aporte de Sallinger a la narrativa, ese proceso productivo de búsqueda llevado a cabo por un personaje-narrador respecto de un ser ausente y enigmático que siempre es más que la escritura de una elegía, que convierte a esos espacios en blanco dejados en el mundo en un complejo de sugerencias, pistas, comprobaciones y citas y genera así un modo inédito de introducir un suspenso tan distante de lo policial como del propio de los más recalcitrantes dramas psicologistas.

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