domingo, 16 de octubre de 2011

Andaba por los bordes de la vida (Algunas consideraciones sobre Rabelais y su hijo pródigo, Henry Miller)

Andaba por los bordes de la vida
(Algunas consideraciones sobre Rabelais y su hijo pródigo, Henry Miller)
por Bárbara Iansilevich

Tu memoria y tus sentidos sólo serán el alimento de tu impulso creador.
En cuanto al mundo, cuando salgas de él ¿en qué se habrá convertido?
En cualquier caso, nada quedará de las apariencias actuales.

Iluminaciones. Arthur Rimbaud

El sol se está poniendo.
Siento que este río corre a través de mí,
su pasado, su suelo, el clima cambiante.
Las colinas lo bordean dulcemente, su curso está determinado.

Trópico de Cáncer. Henry Valentine Miller


El “Miller protagonista” de Trópico de Cáncer rechaza la sociedad moderna y el progreso en nombre del individuo mismo y se sumerge en el caos del gozo de todos los apetitos como una forma de renacer espiritualmente, como lo único que aún nos queda a título de pertenencia, como todo aquello que nos convierte en nosotros mismos, en seres reales, libres y auténticos, todo aquello que nos hace sentir vivos y nos individualiza.
Miller es un narrador de instintos y de pasiones; escribe con una obsesión escatológica y sexual. Pero no es el precursor de esta clase de literatura.
François Rabelais también apostó por la pasión y por los mismos bajos instintos. A lo largo de sus dos obras cumbres, subvirtió las concepciones sobre racionalidad y sensibilidad, tal como señala Michael Bajtin en Rabelais y la historia de la risa. Se enfocó en lo corporal y en lo material, y en la risa. Fue uno de los primeros en elevar todo aquello que los grandes moralistas se obstinan en prohibir época tras época.
Tanto Rabelais como Miller hicieron de la consagración del cuerpo una forma de literatura.
La esencia de Gargantúa (1534) y de Pantagruel (1532) es la de invertir el orden de lo alto y lo bajo y unificar, de esa manera, el mundo. Rabelais, con sus aparentes excesos del lenguaje y las inalcanzables referencias fisiológicas y a los órganos genitales, acopla lo popular procurando, a la vez, una imagen equilibrada y racional del individuo, sin represiones ni recortes.
Según Bajtin, todo está unido a la materia del mundo que nace, muere, da a luz, devora y es devorada, pero siempre crece, se multiplica y se vuelve cada vez más abundante. Esta materia es a la vez la muerte, el sueño materno, el pasado que huye y el presente que llega: la encarnación del devenir. El realismo grotesco rabelesiano, a través de la risa, degrada y materializa, y al degradar se mata y se da a luz, se entra en comunión con lo bajo corporal, con la parte inferior del cuerpo, el vientre y los órganos genitales, y en consecuencia también con actos como el coito, el alimentarse y el satisfacer las necesidades naturales. Esta degradación cava la tumba corporal para dar lugar a un nuevo nacimiento regenerador.
Entretanto, mantiene Kingsley Widmer que ser artista significaba para Henry Miller "la liberación rebelde de un pasado deleznable y de la sociedad circundante pero, sobre todo, implicaba la definición, expresión y regeneración de un yo defectuoso y quebrantado, y la fusión alta-baja del lenguaje vulgar con el intelectual expresaba la relación íntima de lo obsceno con lo sublime, alcanzaba los niveles de la poesía festiva".
El individuo milleriano se encuentra en absoluta soledad, aun respecto de los dos dioses de culto del siglo XX, el dios de la Revolución y el de la trascendencia. En esta absoluta soledad ocurre una topicalización de la conciencia.
El yo es diseminado en la obra de Miller a lo largo de varios espacios, el de la conciencia intelectual, el de la conciencia mundana, el de la artística, la social y la política de época; y al distribuirse en esas múltiples partes, este yo se desvanece, se desintegra.
Miller está decepcionado por la civilización de comienzos del siglo XX, e intenta trasmitirnos esto a través de los Trópico de Cáncer, una narración en primera persona con una temporalidad anárquica de días hilados sólo por la existencia de ese narrador extranjero perdido y auto-exiliado en la Francia de 1930. Por medio de un sincretismo semi autobiográfico, fusiona la crítica social con la reflexión metafísica, lo onírico y lo místico.
El siglo XX es el siglo de la tecnificación cultural, y esta modernidad conlleva violentas transformaciones en el arte, las cuales se verifican claramente a través de los textos de toda esta llamada Generación Perdida (William Faulkner, Henry Miller, Ernest Hemingway). Lo que los une a estos escritores es el pasaje de una escritura excesiva y absolutamente controlada o vigilada por la conciencia del escritor o de un moral imperante a una escritura que se plasma y se postula como más allá de una conciencia.
Miller fluye sin principios ni leyes a través de fantasías y meditaciones mediante las cuales subraya su subjetividad. Efectúa una escritura de un yo tan inestable como la época misma en la que le toca vivir, una reconstrucción de la propia vida desde una posición de enunciación que conlleva la exageración y muchas veces la soberbia. Trópico de Cáncer es una filosofía del absurdo contemporánea de romanticismos y rebeldías, inquietudes y desvelos existenciales…
El personaje Miller es un profeta violento que ya desde el título mismo reflexiona al respecto de la perversidad del mundo occidental, que se mantiene escéptico al respecto de cualquier futuro posible, y que fluye a lo largo de los capítulos libremente y sin rigidez alguna. Insiste, además, en derrocar todos los valores en pos de que resurjan develando las verdades que ocultan y subsistan plenamente.
La narrativa de Henry Miller es un desorden puesto entremedio del orden; escribir, para él, es marcar los bordes de un desborde. El hombre moderno se encuentra en la permanente búsqueda de identificación e intenta llenar el vacío de un final ineludible por medio del placer, y este placer es una forma de muerte y de vida, la representación de una resurrección continua. La falta misma de sentido se convierte en un único sentido, y el sufrimiento es casi una forma de gozo, de victoria. Niega todo dogma que pueda determinarlo y se rebela mediante el lenguaje del absurdo humano, acompañado a lo largo de la historia por personajes bajos, marginados socialmente: artistas que no tienen futuro, escritores, pintores y prostitutas, y la figura de Van Norden- su álter ego, un periodista ególatra y trastornado-, los cuales solo existen como pretexto de una búsqueda de identidad enajenada, y son los representantes de un mundo que se desintegra moral y socialmente en el cual - sostiene acertadamente Widmer - “el arte depende más del odio que del amor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario