sábado, 8 de octubre de 2011

Oscar Wilde o la importancia de apostar a las palabras

Oscar Wilde o la importancia de apostar a las palabras
por Emilia Carabajal

Oscar Wilde (1854-1900), el irlandés cuya pluma filosa los ingleses celebraron hasta que optaron por meterlo en la cárcel por sodomita, el escritor de cuentos para chicos con mensajes (no tan) subliminales de entrega y amor al prójimo con relente cristiano, el esteticista que proclamaba la inutilidad del arte y pondría los pelos de punta a más de un artista “comprometido”. Muchas representaciones de Wilde coexisten en el imaginario cultural. Sin duda, es simpática la imagen de un tipo irónico y extravagante, que en sus años mozos anduvo tras una chica que prefirió a Bram Stoker y que murió años más tarde en París con un nombre falso y aparentemente convertido al catolicismo. No obstante, la cosa deja de ser graciosa cuando lo único o lo que más se destaca de Wilde es esta figura de “loco lindo”, como si sus peripecias biográficas fueran las que le dieran valor a su obra.
Humildemente, en este artículo me y les propongo buscar en la obra de Wilde valores literarios propios, que hagan de su lectura una experiencia placentera e intelectualmente estimulante al margen de la existencia empírica de su autor. Para tal tarea su obra ofrece múltiples aristas: desde los ya mencionados cuentos infantiles hasta el ensayo El alma del hombre en el socialismo, pasando por su única novela El retrato de Dorian Gray y su producción teatral. En esta última me interesa centrarme, particularmente en una de sus cuatro comedias más reconocidas: La importancia de llamarse Ernesto (1895) – las otras tres son El abanico de Lady Windermere (1892), Una mujer sin importancia (1893) y Un marido ideal (1895). Las cuatro comedias de Wilde comparten, además del género, otros elementos en común: el protagonismo de adultos jóvenes recientemente casados o prontos a casarse, la irrupción de algún elemento del pasado que altera su equilibrio, la anulación del poder disruptivo de dicho elemento al final, los juegos constantes con el lenguaje. Son estos los que alcanzan su punto culminante en La importancia de llamarse Ernesto.
Ya desde el título el juego de palabras está presente. El original en inglés es The importance of being earnest, cuya traducción literal sería La importancia de ser formal, traducción que hace que se pierda el parecido sonoro entre el adjetivo earnest (formal) y el nombre propio Ernest (Ernesto).Y es que la obra trata, justamente, de dos muchachas obsesionadas con casarse con alguien llamado así:

JACK- ¿Me ama usted de verdad, Gwenloden?
GWENDOLEN- ¡Apasionadamente!
JACK- ¡Alma mía! No sabe usted lo feliz que me hace.
GWENDOLEN- ¡Mi Ernesto!
JACK.- ¿Pero no querrá usted realmente decir que no podría amarme si no me llamase Ernesto?
GWENDOLEN- Pero usted se llama Ernesto.
JACK- Sí, ya lo sé. Pero suponiendo que me llamase de otro modo, ¿quiere usted decir que entonces le sería imposible amarme?
GWENDOLEN- (Con volubilidad.) ¡Ah! Eso es evidentemente una especulación metafísica, y como la mayoría de las especulaciones metafísicas tiene muy poca relación con los hechos efectivos de la vida real, tal como los conocemos.
JACK- Personalmente, amor mío, se lo digo con toda franqueza, me tiene sin cuidado llamarme Ernesto... No creo que ese nombre me siente del todo bien.
GWENDOLEN- Le sienta a usted perfectamente. Es un nombre divino. Tiene música propia. Produce vibraciones.
JACK.- Pues yo, la verdad, Gwendolen, debo confesar que hay, a mi juicio, una porción de nombres mucho más bonitos. Creo que Jack, por ejemplo, es un nombre encantador.
GWENDOLEN- ¿Jack?... No; tiene poquísima música ese nombre, si es que realmente tiene alguna. No conmueve. No produce absolutamente ninguna vibración (…) Realmente, el único nombre que merece confianza es Ernesto.
JACK.- Gwendolen, es preciso que vaya a bautizarme..., digo, es preciso que nos casemos inmediatamente. No hay un momento que perder.
(…)
ALGERNON.- ¿No volverá usted nunca a reñir conmigo, Cecily?
CECILY.- No creo que podría reñir con usted ahora que le he conocido auténticamente. Además, está la cuestión del nombre, como es natural.
ALGERNON.- (Nerviosamente.) Sí, sí, naturalmente.
CECILY.- No se ría usted de mí, amor mío, pero siempre fue uno de mis sueños de niña amar a un hombre que se llamase Ernesto. (ALGERNON se levanta y CECILY también.) Hay algo en ese nombre que parece inspirar absoluta confianza. Compadezco a las pobres mujeres casadas cuyos maridos no se llamen Ernesto.
ALGERNON.- Pero, niñita adorada, ¿no querrá usted decir que no podría amarme si me llamase de otra manera?
CECILY.- ¿Pero qué nombre?
ALGERNON.- ¡Oh! El que usted quiera... Algernon... por ejemplo...
CECILY.- Pues no me gusta el nombre de Algernon.
(…)
CECILY.- (Levantándose.) Podría respetarlo a usted, Ernesto; podría admirar su carácter, pero me temo que no sería capaz de concederle mi atención íntegra.
ALGERNON.- ¡Ejem! ¡Cecily! (Cogiendo su sombrero.) ¿Supongo que el párroco de aquí estará muy ducho en la práctica y en todos los ritos y ceremonias de la Iglesia?
CECILY.- ¡Oh, sí! El doctor Chasuble es un hombre doctísimo. No ha escrito jamás un solo libro, así es que puede usted figurarse lo mucho que sabe.
ALGERNON.- Necesito verle en seguida para un bautizo importantísimo..., digo para un asunto importantísimo.

El valor de la palabra (en este caso, del nombre propio) se ubica en primer lugar: pareciera que ésta determinara a la realidad y los seres y no al revés. El problema va a ser, precisamente, que los seres “reales” no se ajustan a la pretensiones lingüísticas y ninguno de los prometidos se llama (o cree llamarse) Ernesto. De ahí la importancia del bautismo previo al casamiento. Bautismo y casamiento constituyen así dos ritos que implican dos puntos de inflexión en la vida y que dan marcas identitarias a través de la palabra: por medio del bautismo se otorga un nombre, por medio del casamiento se declara un estado civil-religioso. La insistencia en y el interés por estos ritos dentro de la obra dan sentido a la aparición del personaje del párroco Chasuble, quien estaría autorizado para llevarlos a cabo.
No obstante, es interesante que La importancia de llamarse Ernesto, a pesar de la insistencia en el bautismo y el casamiento, termine sin que nadie se bautice ni se case y, por ende, sin que el párroco Chasuble ejerza su palabra litúrgica y de autoridad. Por otro lado, los demás personajes no se privan de hacer uso de su palabra para condicionar y determinar la realidad, sin necesidad de ninguna institución que los ampare. De hecho, la obra está plagada de discursos (orales pero sobre todo escritos) performativos, que preceden y moldean los hechos concretos: además de la mentira sobre el nombre de Jack y Algernon, Cecily se compromete con este último antes de conocerlo (creyendo que se llama Ernesto) y escribe cartas que atestiguan el noviazgo; luego ella y Gwendolen discuten sobre quién está comprometida con quién y ambas usan como prueba sus diarios íntimos, que dan cuenta de sus compromisos; la madre de Gwendolen revisa en una agenda si Jack está en la lista de posibles candidatos para su hija. Siguiendo la misma línea, Jack y Algernon crean cada uno un personaje que les permite huir de sus obligaciones indeseadas: Algernon da vida a su amigo inválido Bumbury y Jack al hermano Ernesto y ambos siempre tienen que cuidarlos o atenderlos cuando quieren escapar de las visitas a sus parientes. La invención de personajes por parte de otros personajes es la culminación de la imposición de la creación verbal e imaginaria por sobre la realidad. Sin embargo, la obra va más allá y los personajes no sólo nacen por boca de otros, sino que mueren del mismo modo:

LADY BRACKNELL.- ¿Puedo preguntarte si en esta casa vive tu achacoso amigo míster Bunbury?
ALGERNON.- (Tartamudeando.) ¡Oh, no! Bunbury no vive aquí. Bunbury está no sé... dónde... en este momento. En fin, Bunbury ha muerto.
LADY BRACKNELL.- ¡Muerto! ¿Y cuándo ha muerto míster Bunbury? Su muerte ha debido de ser muy repentina.
ALGERNON.- (Alegremente.) ¡Oh! Le he matado esta tarde. Digo, el pobre Bunbury murió esta tarde.
LADY BRACKNELL.- ¿Y de qué murió?
(…)
ALGERNON.- ¡Querida tía Augusta, he querido decir que le descubrieron! Vamos, que los médicos descubrieron que Bunbury no podía vivir, esto es lo que quería yo decir..., y Bunbury, por lo tanto, se murió.

La muerte vendría a completar un ciclo humano vital típico, cuyos momentos claves anteriores estarían marcados por el bautismo (asociado al nacimiento) y por el casamiento (asociado al comienzo de a adultez, a la inserción en los circuitos productivo y reproductivo). Si el bautismo y el casamiento, que se concretan a través de la palabra de alguien autorizado, no se llevan a cabo, la muerte, que se supone es un hecho que excede lo discursivo, en la obra se concreta lingüísticamente.
A su vez, la invención de Ernesto, el hermano de Jack, tiene otras implicancias: este ser inventado se constituye en el ideal de Cecily y Gwendolen, quienes en determinado momento creen estar ambas comprometidas con él:

GWENDOLEN- ¡Admirable idea! Míster Worthing, hay precisamente una pregunta que desearía me permitiesen hacerle. ¿Dónde está su hermano Ernesto? Ambas estamos prometidas a su hermano Ernesto; así es que tiene cierta importancia para nosotras saber dónde está en la actualidad su hermano Ernesto.
JACK.- (Lentamente y con vacilación) Gwendolen... Cecily... Es muy penoso para mí verme obligado a decir la verdad. Es la primera vez en mi vida que me veo en una situación tan penosa, y realmente carezco por completo de experiencia en la materia. Sin embargo, les diré a ustedes con toda franqueza que yo no tengo ningún hermano Ernesto. No tengo ningún hermano en absoluto. No he tenido en mi vida ningún hermano ni entra realmente en mis intenciones tenerlo en lo futuro.
(…)
GWENDOLEN- Me parece, Cecily, que ninguna de las dos estamos prometidas a nadie.
CECILY- No es una situación muy agradable para una muchacha encontrarse de repente así, ¿verdad?

Al descubrirse la inexistencia de Ernesto se produce un doble borramiento: se borra, por un lado, el ideal, la figura anhelada por ambas mujeres; por otro lado, se borra el referente real, pues las dos pensaban estar comprometidas con un ser concreto. La obra pasa entonces a girar en torno a una ausencia que se constituye en su motor. Dicha ausencia de referentes permite que la invención verbal, la palabra creativa de los personajes, se despliegue y cobre más importancia que la supuesta realidad.
Este borramiento, esta ausencia movilizadora, encuentra su correlato en la pérdida de identidad de Jack, quien de pequeño fue encontrado en un bolso en una estación y cuyos orígenes se desconocen. Sólo al final de la obra se produce la anagnórisis que restituye la verdad: Jack resulta ser el hermano mayor de Algernon y había sido víctima de una confusión de su niñera, quien lo había puesto en el bolso donde solía llevar una novela escrita por ella y había colocado ésta en el cochecito de bebé. Aclarada la cuestión, Jack se dispone a averiguar su verdadero nombre, que, sabe, es el mismo que el de su padre. Si bien nadie recuerda cómo se llamaba éste, los anuarios militares en los que figura le dan la respuesta: Ernesto John. Jack, entonces, no había mentido sobre su identidad: había dicho la verdad al nombrarse como Jack (apodo de John), al nombrarse como Ernesto y al hablar de un supuesto hermano.
Podría pensarse que esta anagnórisis final y el subsiguiente happy ending vienen a cubrir, a rellenar el vacío que movilizaba la obra. En realidad, se puede hacer a esta afirmación una serie de reparos. En primer lugar, el personaje con el cual las muchachas creían estar comprometidas sigue sin existir, ya que no hay ningún “Ernesto hermano de John”. Entonces, la ausencia, el hueco central del relato permanece a pesar de las revelaciones finales (lo cual no impide, sin embargo, que ambas muchachas sigan adelante con sus compromisos reales). Además, la correspondencia casi exacta entre las invenciones de Jack y la verdad pone en cuestionamiento y relativiza a esta última, que no viene a revelar nada que los personajes no hayan podido inventar previamente y tampoco modifica la conducta de éstos. La verdad y la mentira dejan de ser categorías absolutas y opuestas, la misma existencia de esta polaridad queda en tela de juicio al coincidir las invenciones con hechos posteriormente conocidos. Por último, es interesante que tanto la pérdida como la recuperación de la identidad de Jack se den por medio de la escritura: si el equívoco con la novela lo aleja de sus orígenes, es la lectura de los anuarios militares la que se los restituye. En fin, se podría afirmar que el descubrimiento de los hechos reales no completa todos los huecos o zonas inciertas del texto, como así tampoco anula el poder movilizador de la palabra (porque ella sigue siendo necesaria –los anuarios-o porque los hechos revelados coinciden con ella).
Como ya se dijo, la figura de Wilde se asocia al esteticismo, movimiento que propugnaba “el arte por el arte” por fuera de cualquier utilidad o relación con lo real. Se tiende a asociar tal postura con un regodeo formal vacío de contenido, con una ornamentación discursiva elitista y decadente. Sin embargo, la obra de Wilde desborda dinamismo e ingenio y no se aparta del realismo positivista del siglo XIX mediante palabreríos vacuos, sino que realiza una operación más efectiva e innovadora para lograrlo: el borrar cualquier referente que se considere real, cualquier verdad última, hace que la obra quede libre para una creación que no procede de la realidad sino que la forma. Les otorga, en fin, a la palabra y al arte, el poder de no sólo reproducir miméticamente el mundo existente, sino de crear otras realidades posibles.

2 comentarios:

  1. En primer lugar rescato ,Emi, tu interés en hacer las cosas seriamente, cuando estas requerien de nuestra seriedad.Más en esta parte de la ciudad de donde escribo estás líneas. Cuando se jode se jode y esta bien que así sea.Por eso me gusta que no te hayas tomado en joda a Oscar.Y estoy totalmtente de acuerdo con tu análisis, de que el podía crear un sinmúmero de realidades posibles.Y aún viniendo de esa movida positivista, o mejor dicho proviniendo esa etapa donde la clase media comenzó a ser lectora y se incorporan las mujeres a la lectura. Donde los escritores considerados y "serios" eran estrechos, políticamente hablando. En la época era victoriana: todo era prosperidad, optimismo y respetabilidad, tecnología, sueños de grandeza y de seguridad, no era una era de oro sino que encubría la competencia de EEUU afuera y el tema de Irlanda adentro y las depresiones económicas.Y las obras literarias del período, llenas de prejuicios y códigos morales propios al conformismo burgués, en las novelas de Eliot, por ejemplo.Y es ante esa mediocridad, no tan tan distinta a la de ahora en la que "los nuevos escritores Argentinos" que solo nos hacer dar ese largo bostezo parece no terminar.O hacen ecos y rudios porque les falta la palabra. Y es ante esto que se revela nuestro querido Oscar.Y se escapa y esconde y huye hacia las formas mas simples y otras culturas, de una otra realidad mucho mas divertida.Y grande fue su arte, lleno de pensamientos finos y delicados giros como los de Fito Paez,Y le hace acordar a los Ingleses, por el llamado al buen gusto, les reprocha Oscar a su siglo el abuso, en prosa, verso y en las apoteosis. Y se caga de risa de ellos. Y celebro que hayas eligido Oscar y a " La importancia de llamarse Ernesto" Y Oscar Wilde dice que por algo uno elige los temas que escribe. Y te dejo con una una frase de "La importancia.." "Mis propios asuntos siempre me aburren mortalmente. Prefiero los de los demás" ja.
    Y otra para terminar ,que está en Wikipedia para los que accedan por primera vez a el «Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse.»
    Otra vez te felicito y es un honor que seas mi polla. Y jamás te lonjería como quieren hacer con la acriz Marzieh Vafamehr, condenada por el tribunal del Estado islámico de Irán a un año de prisión y 90 latigazos. Y todos los revolú de la Patria Grande apoyan a ese régimen. Y somos muchos

    ResponderEliminar
  2. mas que dos, lo que somos contra los latigazos y estamos por que la revolución democrática llegue también a Irán.

    ResponderEliminar